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El joven actor político en América Latina: un análisis de política y juventudes en Argentina, Chile y Uruguay
The young political actor: Policy and youthfulness in Latin America during the Twentieth Century
O jovem ator político na América Latina: uma análise da política e da juventude na Argentina, no Chile e no Uruguai
El joven actor político en América Latina: un análisis de política y juventudes en Argentina, Chile y Uruguay
Enfoques, vol. XXXI, núm. 2, 2019
Universidad Adventista del Plata
Recepción: 14 Septiembre 2017
Aprobación: 05 Abril 2018
Resumen: Este trabajo propone un análisis del proceso de politización de la juventud latinoamericana durante el siglo xx. El objetivo principal es dar cuenta de cómo se construyó ese actor político joven, indagar cómo son sus prácticas y de qué manera se insertó en el mundo político. Para ello analizaremos algunos factores que nos permitirían interpretar el involucramiento de los jóvenes en la política, tanto las acciones que llevaron adelante como el contexto histórico en que las pusieron en práctica.
Entendemos que las diferentes coyunturas políticas y sociales influyen y determinan la conformación de colectivos jóvenes que intervienen en la disputa política, pero también cada una de ellas establece un conjunto de acciones que difieren según el tiempo y el espacio, y determinan la capacidad “agencial” de las juventudes.
Para llevar adelante este trabajo tomaremos tres casos históricos: 1) la reforma universitaria de 1918 en Argentina; 2) las protestas estudiantiles de 1968 en Uruguay; y 3) el movimiento estudiantil Pingüino de 2006 en Chile.
Palabras clave: Política, Juventudes, Politización, Latinoamérica, Espacio público.
Abstract: This paper proposes an analysis of the politicization process of youth in Latin American during the twentieth century based on the interpretation of different historical processes that have had to the young subject as a main actor. The aim is to explain how this young political actor was built, and then investigate about their practices, which factors determined the conformation of its identity and how was inserted into the political world. To do this will analyze some factors that allow us to interpret youth involvement in politics considering the actions brought forward and the historical context in which they put into practice.
We believe that different political and social situations have influence and determine the formation of young groups that participate in the political struggle, but also that each of these establishes a set of actions that differs according to time and space, and simultaneously determines the agential capacity of the youths. Therefore, this young political subject has in itself some common features and some differences along the history.
To carry out this work will take three historical cases: 1) The university reform of 1918 in Argentina; 2) The student protests of 1968 in Uruguay; and 3) The Student Movement “Penguin” of 2006 in Chile.
Keywords: Politics, Youth, Politicization, Latin America, Public space.
Resumo: Este artigo propõe uma análise do processo de politização da juventude latino-americana durante o século xx. O objetivo principal é dar conta de como esse jovem ator político foi construído, com base nisso, para investigar como estão suas práticas e como elas foram inseridas no mundo político. Para fazer isso vai perceber alguns fatores que nos permitem interpretar o envolvimento dos jovens na política, considerando ambos os recursos interpostos para a frente como o contexto histórico em que foram implementadas.
Entendemos que as diferentes conjunturas políticas e sociais influenciam e determinam a conformação de jovens coletivos que intervêm na disputa política; mas também cada um deles estabelece um conjunto de ações que diferem de acordo com o tempo e o espaço e determinam a capacidade de agência dos jovens.
Para realizar este trabalho, vamos tomar três casos históricos: 1) a reforma universitária de 1918 na Argentina; 2) os protestos estudantis de 1968 no Uruguai; e 3) o Movimento Estudantil “Pingüino” de 2006 no Chile.
Palavras-chave: Política, Juventude, Politização, América Latina, Espaço público.
Introducción
En este trabajo se analizará la relación entre la juventud y la política durante el siglo xx y, para hacerlo, se partirá de una pregunta disparadora: ¿es la coyuntura política la que influye en el accionar político de los jóvenes o, por el contrario, son los jóvenes los que afectan y alteran el orden político?
Se indagará acerca de cómo intervienen los jóvenes en el mundo político, en qué medida ese accionar puede ser un elemento de alteración del statu quo y de qué forma la realidad histórica actúa como marco creativo del actor político joven.
Este trabajo propone indagar y analizar algunos de los factores que nos permitirían comprender el involucramiento de los jóvenes en la política a lo largo del siglo xx, observando sus prácticas en el marco del contexto histórico en que las ponen en marcha, interpretando las experiencias de las generaciones jóvenes de distintas épocas históricas, y entendiendo la relación juventud y política como una sucesión de secuencias, rupturas y continuidades que lleven a comprender el rol de la juventud en la política, así como la influencia de la política en la juventud.
Para dar respuesta a las preguntas que se plantea este artículo, se analizaron los trabajos de Juan Carlos Portantiero,1 Sofia Donoso2 y Vania Markarian;3 se retomaron los casos analizados en esas investigaciones y se reconstruyó la trama política que permite discutir respecto de las formas de acción y participación político-juveniles.
De esta forma, se pretende dar cuenta de la manera en que la juventud configuró un conjunto de repertorios de acción a partir de los cuales generó nuevos canales de participación en el siglo xx.
El principal aporte de este artículo se relaciona con la sistematización y comparación de distintos casos de estudio, vinculados con las juventudes en América Latina, que difieren en tiempo y espacio. No se discute aquí la militancia juvenil, sino que el énfasis se encuentra puesto en los procesos de socialización política, o politización, que los jóvenes desarrollaron.
En aras de llevar adelante estos objetivos, el artículo se divide en dos apartados. En el primero, “La juventud politizada: de la reforma a la revolución; de la revolución a la reforma”, se analizará la relación política-juventud partiendo de tres casos históricos: 1) la reforma universitaria de 1918 en Argentina; 2) las protestas estudiantiles de 1968 en Uruguay; y 3) el movimiento estudiantil Pingüino de 2006 en Chile.
En este apartado se considerarán, a modo de ejemplo, algunas características generacionales, formas de acción, las dinámicas y los puntos en común entre cada uno de estos movimientos juveniles; no obstante, no se ahondará en todo el acontecer histórico, sino en las condiciones generales del proceso a fin de entender la dinámica de la juventud como actor político, sin caer en la reificación de la categoría juventud.
En un segundo apartado, “Las otras juventudes”, se indagará sobre dos casos de participación política juvenil en América Latina que no están relacionados con el ámbito estudiantil; el objetivo será poner en discusión la existencia de cierta diversidad dentro de la categoría juventud.
Por último, y a modo de conclusión, se identificarán algunos factores en común entre todos estos procesos político-juveniles con el fin de arribar a algunas respuestas sobre las preguntas planteadas, sin esperar dar por cerrado el análisis de las temáticas tratadas, sino avanzar en una primera aproximación sobre la relación entre los procesos políticos y las juventudes.
La juventud politizada: de la reforma a la revolución; de la revolución a la reforma
Como hemos señalado en la introducción, para entender la relación entre la política4 y la juventud partiremos del análisis de casos que tienen al espacio educativo como principal lugar de emergencia del actor político joven,5 en tanto es allí donde los jóvenes inician un proceso de socialización, integración e identificación por fuera de los marcos familiares.
Sin lugar a duda, la reforma universitaria de 1918 en la Argentina fue uno de los hitos fundamentales para entender la politización6 de la juventud en el siglo xx. Estos acontecimientos constituyeron un proceso de emergencia de formas de acción juvenil novedosas, dentro de un contexto de democratización política en el país y cambios globales generados por los efectos de la Primera Guerra Mundial, iniciada en 1914.
En la Argentina, la sanción de la Ley Sáenz Peña en 1912 (Ley 8.871) permitió el triunfo de la Unión Cívica Radical en las elecciones presidenciales de 1916 y rompió el círculo de gobiernos oligarcas relacionados con el fraude electoral y el ejercicio del poder por medio de vínculos familiares.7 El triunfo de Hipólito Yrigoyen constituyó la victoria de los sectores que se veían excluidos del juego político,8 principalmente las clases medias9 urbanas, al mismo tiempo que inició una discusión en torno al diseño institucional y de los partidos políticos.10
El proceso político que comenzó en 1916 se encontró determinado por trasformaciones a nivel mundial: por un lado, los efectos de la Primera Guerra Mundial;11 y, por el otro, el triunfo de la Revolución rusa en 191712 que tuvo impacto en el movimiento obrero argentino, el cual venía de atravesar un fuerte crecimiento con la conformación de las primeras federaciones obreras a principio de siglo.13
De esta forma, el movimiento de la reforma universitaria nació dentro de una coyuntura política influenciada por transformaciones político-sociales, locales e internacionales, y superó los propios límites de la universidad.
Estos elementos nos ayudan a comprender cómo la juventud reformista14 retomó —y fue influenciada por— aquellos procesos que abrieron la puerta a cambios democráticos. Al mismo tiempo, los jóvenes que participaron del mundo universitario ya no solo eran los miembros de las oligarquías nacionales, sino que muchos de ellos provenían de sectores medios altos emergentes del crecimiento urbano ligado al modelo económico agroexportador.15
La juventud de la reforma del 18
El reclamo estudiantil en la Universidad de Córdoba tuvo como eje la lucha por la educación universitaria democrática y laica, que incluía la participación de los estudiantes en las decisiones de la universidad, la libertad de elección de cátedra y el fin de los parámetros elitistas en la conformación del cuerpo docente. A partir de ello, la generación reformista encausó su lucha en un marco político más general, buscó coincidencias con otros sectores (profesores que acompañaban el tono de las demandas, el sector obrero y un amplio espectro de los sectores de gobierno y partidos progresistas opositores), y proyectó un cambio político y cultural que trascendió las fronteras del país.16
Para alcanzar estos objetivos, la juventud reformista comenzó a gestar dentro de la universidad nuevos espacios de socialización política y la conformación de un nuevo nosotros, construido con el objetivo de formar parte del gobierno de la universidad, que deberá ser democrático e integrar a toda la comunidad educativa.
Esta juventud puso en duda dos factores: primero, el de autoridad, una autoridad no elegida, autoritaria, oligárquica, que debe ser modificada. Segundo, el de democracia, que para existir debía contar con participación general y donde la libertad e igualdad constituyan valores que deben estar presentes en todos los espacios dentro de un país democrático. En este sentido, la reforma se pensaba como un cambio general con la construcción de una nueva autoridad y de una nueva democracia.
Sin duda, esta juventud constituyó una generación rebelde, vanguardista, transformadora; se enmarcó en nuevas experiencias políticas coincidentes con los cambios en la estructura social en la Argentina y las nuevas políticas a nivel mundial.
Pensar en esta juventud nos remite a considerar su generación como un punto de inflexión en las generaciones jóvenes futuras, pero, al mismo tiempo, como una conexión con las generaciones pasadas.
Es cierto que la juventud reformista fue una de las muchas juventudes de aquella época; no obstante, su movilización, su capacidad “agencial” (la capacidad de los actores para dar respuesta a sus propios conflictos18), la forma de establecer vínculos políticos y su ideal reformista y transformador la han constituido como un ejemplo de reivindicación memorial siempre presente.
La rebeldía sobre el principio de una autoridad no reconocida (no democrática) constituyó un punto de vista en torno al futuro y al espacio de la generación joven en la construcción de la democracia contemporánea.
La generación19 reformista del 18 formó parte de una nueva generación de jóvenes en América Latina que comenzó a comprender a la unidad latinoamericana como un elemento de transformación y cambio.
La unidad comenzó a observarse con el surgimiento de revistas latinoamericanas como nuevos espacios de intercambio y construcción de identidades políticas juveniles. Los jóvenes universitarios crearon, vía cartas y artículos, la configuración de nuevos proyectos políticos en común; pero también engendraron una lucha contra la autoridad oligárquica. En este sentido:
… las revistas son […] importantes agentes de construcción de redes materiales a nivel continental […] muchas de estas revistas eran decididas difusoras de noticias de actualidad americana y mundial, muy especialmente aquellas vinculadas con una perspectiva antiimperialista que alcanzó entonces vigorosa presencia dentro y fuera del movimiento reformista.20
La conformación de vínculos y redes que atravesó a la juventud reformista constituyó un elemento de nuevas prácticas de intercambio militante que caracterizó a la juventud de la época, y les permitió a los reformistas trascender las fronteras universitarias a partir de sus vínculos con los sectores emergentes que instaban a la lucha democrática en América Latina.21
Al mismo tiempo, esto permitió la creación de nuevas identidades y representaciones juveniles, y dio origen a nuevos espacios de socialización, a partir de los cuales emergieron prácticas políticas novedosas. “Se configuró así una autorrepresentación de la reforma en términos de ruptura y de perforación de ámbitos hasta entonces restringidos a círculos oligárquicos”.22
La juventud reformista del 18 influyó a las generaciones futuras, al tiempo que sus miembros fueron el resultado de los efectos de una conexión generacional; estos jóvenes eran los hijos de la generación del 900; eran los hijos de los fundadores del Partido Socialista, del Partido Radical; eran los hijos de aquellos que abogaron por la unidad latinoamericana y contra el imperialismo.23
El movimiento de la reforma del 18 constituyó un paradigma político y juvenil que fue retomado por las generaciones posteriores —principalmente por los movimientos estudiantiles de América Latina—, y refirma la construcción de un nosotros joven que intervino activamente en los problemas cotidianos de la democracia como un agente político capaz de interpelar a la autoridad, mediante la generación de nuevos vínculos y el cuestionamiento de viejas relaciones verticales de la autoridad política. Y, sobre todo, conformó un sujeto político que trascendió a esta juventud local y tuvo un impacto general en la política democrática.
Desde la generación del 18, la intervención de la juventud en el entramado político comenzó a establecer un eje de acción que se convirtió en vector de cambio y agente fundamental en el momento de dar la disputa política. Al mismo tiempo, la alianza entre los grupos juveniles reformistas con otros sectores constituyó un elemento que marcará cierto hito en el accionar político juvenil.
En el caso de la reforma del 18, como bien destaca Portantiero, la ligazón entre los sectores universitarios y el movimiento obrero creó un antecedente de gran envergadura al momento de comprender la necesidad de una reforma democrática amplia y los sectores que aspiran a ella.24
Uruguay y el movimiento estudiantil
Medio siglo después del movimiento reformista argentino, en 1968, los jóvenes (y el movimiento estudiantil de manera particular) volvieron a estar en el primer plano de la escena política.
Markarian refleja la capacidad “agencial” de los jóvenes estudiantes que lideraron las marchas estudiantiles de 1968 en Montevideo.25 Más allá de la demanda concreta que dio inicio al movimiento (el boleto universitario), la juventud estudiantil encaró una fuerte crítica a la dictadura militar que gobernaba la República Oriental del Uruguay.
Durante la década del 60, muchos estudiantes eran perseguidos como opositores al régimen26 mientras la economía uruguaya caía en crisis, lo que perjudicó a los sectores medios y populares (como fue con el caso de la suba del boleto estudiantil). De esta forma, la reivindicación de cuestiones íntegramente educativas se convirtió en una disputa política donde los actores intervinientes no estaban limitados por la edad.
Por otra parte, el accionar del movimiento estudiantil uruguayo de 1968 mostró dos tendencias: un sector estudiantil fuertemente perseguido, que actuaba prácticamente de forma clandestina y sostenía una postura intransigente y fuertemente radical; y otro sector, reconocido por la autoridad estatal, que mantenía una postura menos intransigente y más negociadora.27
En este contexto, la juventud movilizada irrumpió en el espacio público, lo conquistó, lo ocupó y le dio sentido, no solo con la movilización, sino también con los festivales y las expresiones artísticas que acompañaban las manifestaciones, y dio origen a nuevas formas de acción y/o protesta28 que constituyeron una condición casi exclusiva de la juventud.
Algunas estrategias de movilización pueden vincularse de modo parecido a la edad de los participantes. Por un lado, hubo varias demostraciones que combinaron la voluntad de desafiar a las autoridades con una marcada vena lúdica que seguramente tenía vínculos con una vieja tradición festiva de las universidades europeas, conservada en la política estudiantil latinoamericana y frecuentemente asociada a la protesta política. […] En otro orden, también las conocidas manifestaciones “relámpago”, una de las formas privilegiadas que […] denotaba juventud al requerir un notorio despliegue de destreza y rapidez para agruparse y dispersarse logrando tomar por sorpresa a las fuerzas represivas.29
A diferencia de la generación reformista, la generación del 68 tuvo enfrente a gobiernos fuertemente represivos. América Latina, casi en su totalidad, estaba gobernada por dictaduras militares; esto hizo que el repertorio de acción y las consecuencias de los hechos fueran diferentes.
Como retrata el trabajo de Rey Tristán, la violencia se constituyó en un elemento más dentro del accionar político de la juventud, pero fue una violencia contra la violencia, fue el efecto no deseado de la protesta, fue la reacción frente a la represión del gobierno autoritario.
Fue un proceso en el que se puede considerar que la violencia engendró violencia, independientemente de la justificación política que se le pudiese o quisiese dar. Si los estudiantes se manifestaban y la policía cargaba, al día siguiente la manifestación sería contra esa carga, y así continuamente.30
Al mismo tiempo, el efecto de las manifestaciones del 68 en Uruguay fue un trampolín para la mayor radicalización de la política. Si bien es cierto que las organizaciones armadas revolucionarias existían en toda Latinoamérica como reflejo del triunfo de la Revolución cubana de 1959, el movimiento juvenil del 68 llevó a engrosar las filas de estas agrupaciones31 y generó un nexo insoslayable.
Además, los acontecimientos a nivel mundial que se sucedieron en la década del 60 fueron ejemplos de nuevas prácticas políticas, resistencias, disputas y luchas contra las autoridades instituidas. Este periodo marcó un momento de efervescencia de la sociedad civil en su conjunto y de la juventud en particular.
Durante esos años se pueden observar, en todo el mundo, distintos levantamientos populares y el accionar reivindicativo y rebelde de la juventud contra los regímenes políticos. Entre estos acontecimientos se destacan la conformación del movimiento hippie pacifista y el movimiento universitario de Berkeley contra la Guerra de Vietnam en los Estados Unidos; la Primavera de Praga de 1968, donde los levantamientos populares en Checoslovaquia se rebelaron contra la autoridad del régimen estalinista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas —que se impuso por medio de la ocupación luego de la Segunda Guerra Mundial— para instaurar un nuevo socialismo; y el Mayo francés de ese mismo año, donde la juventud estudiantil se levantó contra el gobierno, ocupó universidades y se apropió del espacio público en alianza con el movimiento obrero organizado, que llevó adelante acciones de huelgas generales.32
Si bien este último acontecimiento surgió en la universidad de Nanterre luego de la ocupación del anfiteatro en reclamo por un estudiante detenido, el proceso del Mayo francés debe entenderse en el marco de un ciclo de protestas a nivel global, que logró la efervescencia de distintos sectores de la sociedad francesa.
El proceso de rebeldía desatado en esos años también tuvo su efecto en la iglesia católica donde, de la mano de Juan XXIII, Paulo VI y el Concilio Vaticano II, se exigió que la fe católica y las instituciones religiosas defendieran y lucharan por la dignidad del hombre contra los regímenes autoritarios del mundo; esto dio lugar al surgimiento del movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo, que se unió a la lucha de los sectores más postergados de la sociedad.33
Estos sucesos, y otros tantos a lo largo del mundo, instalaron la discusión en torno a las prácticas políticas, generaron una crisis en el interior de las identidades políticas y pusieron en cuestión la lucha por la hegemonía entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos.
En ese contexto, las viejas estructuras partidarias y políticas fracasaron en su intento de transformar la realidad; ahora, con las botas de los gobiernos autoritarios tocando los talones de las sociedades latinoamericanas, era necesario modificar la forma de pensar la política, generar nuevos espacios y nuevas formas de militancia.
La conformación de la nueva izquierda, ajena al posicionamiento hegemónico impuesto desde el Partido Comunista Soviético, y el recrudecimiento de la radicalización política fueron algunas de las consecuencias de estos cambios.
De esta forma, la década del 60 dio origen a un nuevo tipo de juventud politizada, la toma del poder por la fuerza comenzó a ser el marco de referencia de la acción política, mientras la idea de la revolución social se fue asomando entre las políticas represivas de las dictaduras militares y sostuvo el ideal democrático de la juventud.
Al mismo tiempo, los jóvenes de la década del 60 se encontraron ante el dilema de las nuevas necesidades políticas. Los estudiantes, hijos de obreros y profesionales, emergentes con las políticas keynesianas del capitalismo periférico latinoamericano, se unieron en un bloque juvenil revolucionario; conformaron una alianza hacia el interior de la juventud, una alianza de juventudes.
En este sentido, como refiere Victoria Langland, el movimiento estudiantil se configuró como un espacio de integración entre los jóvenes y sectores que fueron diezmados, disminuidos o simplemente absorbidos dentro de las lógicas del statu quo.34
Concentrada en los hechos sucedidos en la década del 60 en Brasil, Langland muestra de qué manera la violencia surgió como una variable de acción ante las políticas represivas; ya no solo era necesaria una reforma, una profundización de las lógicas democráticas, en los 60 se pensaba en una revolución capaz de integrar los sectores populares al mundo contemporáneo.
Las manifestaciones estudiantiles movilizaban a los jóvenes estudiantes y, también, a cientos de personas que poco tenían que ver con el mundo juvenil y estudiantil, pero que reclamaban por esos cambios revolucionarios que la juventud embanderaba o, en todo caso, pregonaban por el fin de los gobiernos represivos.
Desde su propia experiencia, Paco Taibo recuerda los idearios de aquella juventud del 68 rescatando el factor socializante de la militancia estudiantil. El movimiento juvenil estudiantil mexicano compartió, junto con el uruguayo y el argentino, una plenitud en la década del 60 y, también, la creación de nuevos idearios revolucionarios que se entremezclaban con demandas gremiales de los estudiantes y acciones represivas de los gobiernos autoritarios.35
Incluso la juventud mexicana fue víctima de una de las mayores represiones de la época. Luego de semanas de manifestaciones, protestas y ocupaciones de universidades pidiendo el fin del régimen autoritario del Partido Revolucionario Institucional, el 2 de octubre de 1968, en medio de un fuerte proceso represivo, el movimiento juvenil y estudiantil mexicano ocupó la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. La protesta fue eliminada por el accionar conjunto de fuerzas de seguridad, fuerzas paramilitares y el ejército mexicano, acción que terminó con cientos de jóvenes muertos y miles de detenidos.
Por otro lado, la juventud del 60 y la juventud del 18 demostraron con sus acciones la falsedad de aquellos discursos y representaciones que veían al joven como inseguro, no productivo, incompleto y desinteresado. Los jóvenes estaban, sin saberlo, discutiendo con el paradigma que mostraba a la juventud como un mero estado transicional, que no podía construir, sino solo aprender.
En su trabajo, Taibo muestra a la juventud como real, en un mundo real y con problemas reales, comprometida con los procesos políticos latinoamericanos. Esta generación joven del 68 también configuró la construcción de un nosotros que se oponía a otro; ese otro eran el autoritarismo, las costumbres y la represión que imponía el Estado controlado por las Fuerzas Armadas.36
La juventud del 68 encuentra que el aprendizaje debe ser construido desde (y en) la práctica, una práctica que traía consigo la necesidad de un cambio. Taibo lo sintetiza: “Nosotros que habíamos mamado la política en los libros, la realidad política se nos convertía en nueva escuela”.37
Por esto, la idea política de la juventud universitaria mexicana trascendió los propios muros del ámbito educativo, generó vínculos con los otros y dio paso a alianzas, no solo con otras generaciones, sino también con otras juventudes.
Las demandas de los estudiantes uruguayos, argentinos y mexicanos tuvieron un impacto dentro de la sociedad en su conjunto, en tanto sus reclamos se abrieron paso a una lucha contra el autoritarismo y los sistemas represivos, y pusieron en duda la legitimidad de los regímenes políticos de la época.
Al mismo tiempo, generaron nuevos vínculos, socializaron experiencias dentro y fuera de su generación y construyeron nuevas identidades sociales y políticas.
Tanto la generación del 18 como la del 68 compartieron idearios, exigieron, reclamaron y demandaron a la autoridad, al tiempo que por su visibilidad obtuvieron el apoyo de otros sectores (sociales, políticos, culturales), en tanto sus demandas tendieron a la apertura democrática (en la generación del 68) o a la ampliación democrática (en la generación del 18).
De estudiantes y “pingüinos”
El movimiento estudiantil chileno que emerge en 2006 (movimiento Pingüino) también constituyó un ejemplo de lucha política y socialización juvenil. Este movimiento fue, desde la perspectiva de Sofia Donoso, el ejemplo del accionar de los nuevos movimientos sociales en América latina que emergieron durante el proceso de transición democrática, luego de la dictadura militar.38 Y, al igual que otros movimientos relacionados con la juventud, el Pingüino inició un proceso disruptivo en la vía pública con una demanda específica,39 que tuvo un actor particular y se dio en un momento determinado.
En efecto, la juventud “pingüina” fue el resultado de la experiencia de las generaciones jóvenes anteriores, sea durante el gobierno de Salvador Allende en lo que se conoció como vía al socialismo, en la disputa popular contra la dictadura pinochetista o en el periodo de movilización social durante la recuperación democrática.
En este sentido, y comprendiendo el proceso político, los jóvenes estudiantes entendieron que el reclamo educativo constituía una de las banderas que debían configurar la agenda política de Chile. Al igual que las otras generaciones jóvenes, los “pingüinos” concibieron que la disputa por las transformaciones en el sistema educativo era en ese lugar, en ese momento, cuando Michelle Bachelet, ya presidenta de la república, encarnaba la renovación de la elite política chilena y daba apertura a un nuevo diálogo con la sociedad civil.
Al igual que el movimiento reformista de Córdoba, que entendió el lugar del radicalismo en el 18, el movimiento Pingüino comprendió el rol de Bachelet como conductora del gobierno, del Partido de la Concertación y del mundo político chileno; el movimiento sintió que la respuesta de Bachelet ante su reclamo no era represiva, sino dialoguista y accionó a partir de eso.40
Al mismo tiempo, el movimiento Pingüino nació en un contexto de apertura política en toda América Latina con el surgimiento de presidentes latinoamericanos con fuerte apoyo popular;41 la consolidación de movimientos sociales emergentes durante las gestiones neoliberales y la reaparición de sectores medios (principalmente comerciantes, pequeños industriales y profesionales) que se vieron favorecidos por nuevos modelos económicos, sostenidos bajo un capitalismo regulado con ejes proteccionistas.42
A diferencia de la generación del 68, los estudiantes secundarios de 2006 surgieron en un clima de reapertura política similar al de la generación del 18; la conformación de este nuevo movimiento social tuvo la virtud de poner en la agenda nacional, al igual que los reformistas, la necesidad de transformaciones educativas que tiendan a construir un sistema educativo democrático.
En coincidencia con la generación del 18 y la del 68, la aparición de la juventud en el espacio público (y su ocupación) logró que su surgimiento y visibilidad tuvieran un efecto directo en otros sectores y consiguieran su apoyo y acompañamiento; al tiempo que su demanda contó con el respaldo de algunos integrantes del gobierno de Bachelet en sus reclamos, así como los reformistas del 18 ganaron el apoyo de sectores del gobierno de Yrigoyen.
En este sentido, entendemos que tanto el movimiento de 1918 como el de 2006 atacaron los ecos de las desigualdades sociales y propusieron una apertura democrática en sentido amplio.
El movimiento juvenil Pingüino desafió la autoridad, la puso en jaque, la cuestionó, al tiempo que acompañó el proceso democrático del Partido de la Concertación.
Como bien marca Donoso, el gobierno de la Concertación, que sucedió a la dictadura de Pinochet, sostenía una postura política moderada y una alianza entre los sectores de la izquierda y la derecha chilenas; por esto, el movimiento Pingüino no solo surgió como un desafío al régimen educativo sino, y por sobre todas las cosas, como un desafío a los gobiernos de la Concertación. También rompió los marcos de temor e inacción que habían configurado la experiencia autoritaria dictatorial; en este sentido, la movilización juvenil contribuyó a la disolución de ese temor al ver que su accionar no generó el retorno del autoritarismo militar.43
De esta forma, una vez legitimada la demanda, el temor al accionar represivo se desvaneció y el apoyo a la movilización “pingüina” trascendió el círculo estudiantil.44
La canalización de la demanda por parte de la gestión de Bachelet, ya sea a corto o largo plazo, constituyó el triunfo de la juventud estudiantil; la organización del movimiento, con la elección de sus voceros y la participación en la discusión política dentro de la institucionalidad del gobierno (más allá de que la movilización se mantenía), daba a los “pingüinos” el prestigio de ser un nuevo actor político en escena.
Al mismo tiempo que:
La emergencia del movimiento Pingüino y la sorpresa que generó entre las autoridades políticas reflejaron los crecientes problemas de los partidos de la Concertación para mantener su vinculación con la ciudadanía. Su excesivo apoyo en cuadros tecnocráticos y su escasa relación con la sociedad civil ha contribuido a la formación de un malestar social hacia una dinámica gubernamental que ha buscado legitimarse por la consecución de resultados antes que por la lógica de la autodeterminación colectiva de la sociedad. En otras palabras, la irrupción de los Pingüinos viene a dar cuenta de la necesidad de establecer un nuevo marco político, el cual dé mayores posibilidades de participación y decisión a la ciudadanía en la definición de la agenda de políticas públicas.45
Para cerrar este apartado, es interesante observar que los tres ejemplos muestran que los ciclos de protesta se inician por demandas específicas, pero, en todos los casos, la participación estudiantil está conformada por sectores de estudiantes que integraban fuerzas u organizaciones político-sociales y otros que no. Estas características permiten observar que tanto las prácticas como las construcciones políticas de la juventud tienden a ser heterogéneas, aunque los una su condición de joven.
Por otra parte, las intervenciones políticas de la juventud no pueden (ni deben) limitarse al ámbito estudiantil; por el contrario, la juventud también puede involucrarse en otros ámbitos.
Al mismo tiempo, los movimientos reformista y Pingüino estuvieron acompañados por un proceso de apertura y transformación (en mayor o menor medida) del orden político vigente; en tanto que el caso de la generación del 68 se encontraba dentro de la rigidez del régimen político represivo, pero, al mismo tiempo, marcó también cierta transformación del mundo político latinoamericano (principalmente el inicio de la caída de los estados benefactores).
En el caso particular de la generación del 68, a diferencia del movimiento reformista del 18 o el movimiento Pingüino, el eje organizado del proceso de politización de la juventud no estaba estrictamente vinculado con la existencia de una dicotomía entre democracia/autoridad, sino que se vio atravesado por el autoritarismo de los gobiernos de facto de la región. Entonces, el marco de acción política juvenil en los 60 estaba determinado por la disputa entre dictadura/democracia.
Más allá de estas diferencias, los tres casos atravesaron coyunturas políticas de cambios; también en los tres casos se observa la construcción de lazos y vínculos informales (principalmente en la década del 60) y formales (como ser instituciones gubernamentales o partidos políticos “legales”, principalmente en 1918 y 2006), a partir de los que se amplían los sectores movilizados e involucrados con la demanda, que logran atravesar los intereses y necesidades de la mayor parte de las sociedades.
Por último, los tres casos establecieron una crítica profunda al autoritarismo (sea de las autoridades o de los estatutos, leyes o normas); en el caso de la generación del 18 y el movimiento Pingüino, dentro de marcos democráticos, bajo la exigencia de ampliación de esos marcos, mientras que en el caso de la generación del 68 la crítica estuvo centrada en los propios gobiernos de facto y sus políticas represivas, por lo tanto, sus demandas tendieron, concretamente, a la apertura democrática.
No obstante esas diferencias, los tres casos muestran cómo las juventudes propusieron transformaciones políticas más amplias, superaron las propias demandas y exigieron la participación de otros sectores sociales.
Las otras juventudes
Hasta ahora se describieron y analizaron procesos que tenían como principal actor a la juventud estudiantil, y hemos subrayado cómo, por medio de la activación de ciertas demandas concretas ligadas principalmente a intereses sectoriales, esta interactuaba en el ámbito de la política y se vinculaba con otros sectores.
Pero no toda la juventud forma parte del mundo estudiantil; en este sentido, la juventud también se ve atravesada por el proceso de estratificación social que la divide en diferentes sectores. Esta situación determina, en mayor o menor medida, una segmentación en el interior de la juventud que no está determinada necesariamente por una cuestión etaria, sino más bien por una cuestión de clase o del sector social al que pertenece. Estos argumentos obligan a hablar de juventudes en lugar de juventud.
En este punto, es interesante rescatar el trabajo de Peter Winn que analiza el accionar político del joven obrero. Para esto da cuenta del proceso que vivieron los jóvenes trabajadores chilenos en la década del 70 (durante el gobierno de Salvador Allende), y toma por caso la fábrica Yarur.46
La juventud obrera que describe Winn compartió no solo una generación, sino una idea sociopolítica con aquellas juventudes estudiantiles movilizadas de la larga década del 60; pero mientras la universidad fue un espacio de socialización e identificación política de los jóvenes de clase media, para los jóvenes de los sectores populares ese lugar lo ocupó la fábrica.47
Los jóvenes de la clase trabajadora compartieron intereses y problemas comunes que no eran idénticos a los de los jóvenes estudiantes; no obstante, la idea y la necesidad de transformar las lógicas del ejercicio de poder fue compartida por toda la generación joven de esa época.
Al igual que aquellos jóvenes que desde las escuelas resistieron el yugo de la represión, los jóvenes trabajadores chilenos lucharon contra el peso de la lógica fabril y las arbitrariedades de sus patrones. Su crítica también fue hacia el statu quo y contra el régimen fabril; también buscaron aliados, ocuparon el espacio público (y los lugares de trabajo), reclamaron y exigieron al gobierno. Su lucha comenzó como una simple demanda gremial o sectorial, pero se extendió y amplió.
Eso es lo que nos muestra Winn cuando relata la lucha de los jóvenes trabajadores de la empresa Yarur Manufacturas Chilenas del Algodón en la década del 70. Los obreros luchaban contra el autoritarismo y las represalias de su dueño, Yarur, y perseguían el objetivo de que la empresa fuera estatizada.
Estos jóvenes sindicalistas tomaron la experiencia de lucha de las generaciones anteriores y soñaron con la vía chilena al socialismo de la mano del presidente Salvador Allende, pero también reclamaron al gobierno su apoyo, acompañaron y exigieron, e hicieron de su demanda gremial una lucha política nacional.
En el caso de la juventud obrera de la empresa Yarur, la experiencia de la generación anterior surgió como disparador de nuevas formas de acción, pero no porque la experiencia sindical de los viejos trabajadores hubiera sido positiva, sino todo lo contrario. En el caso de Yarur, lo que vieron los jóvenes sindicalistas fue que la lógica fabril estaba determinada por una variable claramente paternalista y patriarcal que no era cuestionada por los viejos sindicalistas porque, al fin y al cabo, era beneficiosa para sus dirigentes.48
Los jóvenes trabajadores entendieron que había que cambiar esa lógica dentro de un país que se modificaba con el gobierno socialista; entonces, la conexión generacional se basó en una crítica profunda a las anteriores luchas sindicales dentro de la fábrica y conllevó a la construcción de una nueva forma de pensar la relación capital-trabajo, dentro de un proceso de cambio político en el país.
Estas otras juventudes de la larga década del 60 también negaron su carácter inmaduro dictado por los discursos y las representaciones hegemónicas, construyeron nuevas formas culturales y nuevos paradigmas; creían en la revolución, la liberación sexual y la lucha contra el imperialismo. Compartían con las otras juventudes la manera de vestir, la música y la forma de expresarse; los diferenciaba solo el lugar que ocupaban en la estructura social.
Por otra parte, las similitudes y diferencias con las generaciones anteriores marcan, sin duda, una de las características que venimos sosteniendo en este trabajo: la juventud como agente político ha encontrado articulaciones de prácticas en distintos procesos históricos que encuentran sus ecos en las luchas políticas encaradas por las juventudes; no obstante, el factor de continuidad sobresaliente en la acción política joven es la idea de socialización que se repite en cada una de esas luchas.
En este punto, Laura Kropff recuperó estos aspectos de acción política, identificación y socialización que sostenemos en este trabajo, pero tomó por caso un grupo de jóvenes mapuches.49
La participación política de esta otra juventud se dio a partir del proceso de reivindicación de las tierras y derechos ancestrales,50 como lo hicieran sus padres y sus abuelos desde otros marcos interpretativos que acumulan sus identidades étnicas, pero también juveniles.
La pregunta sobre la juventud y la aboriginalidad (así como la representación que delimita el pensamiento de la juventud como un grupo básicamente urbano51) que recorre su trabajo, pone en discusión en qué medida los jóvenes están sometidos, políticamente, a una disyuntiva: la de ser joven y, también, mapuche.
Kropff observó cómo los espacios de activismo juvenil mapuche, como radios comunitarias o círculos de música (espacios principalmente urbanos) comenzaron a convertirse en nuevos espacios de socialización y producción política que, no obstante, sostenían los valores reivindicativos de las generaciones anteriores.
Los jóvenes mapuches comparten con otras juventudes, como el movimiento estudiantil, la capacidad de generar nuevas formas de protesta, de reclamar por sus derechos, de ocupar el espacio público y, sobre todo, de crear espacios de socialización mediante la construcción y la participación sociopolítica (por ejemplo, por medio de demandas a corto plazo que, en muchos casos, tienen un carácter de reivindicación simbólica, cuyo destinatario no es solo la autoridad, sino también las otras juventudes y generaciones).
A partir de esta argumentación respecto a las juventudes, se puede interpretar que la categoría juventud es una condición que está determinada por el contexto social e histórico de pertenencia; la juventud emerge como resultado de las relaciones sociales, de poder, de producción, de competencia, etcétera.
Al mismo tiempo, la juventud no es homogénea; por el contrario, está dispersa, fragmentada y varía según el contexto social en el que interactúa, lo que genera diversificaciones en torno a su forma de acción y sus prácticas. Por estos motivos, es pertinente entender que la relación juventud-política debe ser interpretada y analizada dentro de cada caso particular, en un proceso histórico específico y pensando en un sector determinado de la juventud.
A modo de conclusión
La juventud como categoría fue (y es) utilizada por las representaciones y los discursos hegemónicos dentro de marcos definitorios etarios; la edad funciona (y funcionó) como una forma de determinar fronteras entre quienes están capacitados, preparados, poseen experiencia y conciencia para llevar adelante sus acciones, y quienes no.
Mariana Chaves52 analizó la conformación de las representaciones que tienen los otros sobre la juventud y observó cómo, hacia el interior de los discursos, la condición de la juventud aparece como la de un grupo inmaduro, incompleto, como un momento de transición;53 pero también esas mismas representaciones construyen al joven como trasgresor y rebelde.
El desafío al statu quo, a las normas establecidas e incluso a la autoridad ha llevado a que el campo político considere a la juventud como un sujeto de derecho y, sobre todo, como un agente político de cambio, y generó la reconfiguración de la representación y los prejuicios establecidos hacia el sector joven.
A su vez, tal como se sostuvo a lo largo de este trabajo, las prácticas políticas que ponen en marcha los jóvenes dejan entrever que el proceso de socialización y la creación de una identidad juvenil determina la conformación de un nosotros frente a otro; al mismo tiempo que le permite justificar su accionar como agente político juvenil.
A partir de este trabajo se dio cuenta de que esta etapa juvenil (desde el punto de vista político) está determinada por dos elementos centrales: integración y práctica. Integración, porque la participación en espacios políticos o de protesta conlleva necesariamente a la construcción de ámbitos de socialización e identificación que determinan al grupo juvenil. Pero no es el solo hecho de pertenencia lo que fija la identificación al grupo, sino también la práctica y el aprendizaje que atraviesa el joven durante los ciclos relevados.
Por otra parte, la dinámica transicional de la generación joven está construida por y a partir de sus formas de acción, principalmente colectivas, donde los jóvenes comparten sus experiencias y construyen su condición de actores políticos por medio de la propia práctica. Es decir, el joven construye la capacidad de buscar solución a sus problemas e involucrarse en transformaciones políticas que superan sus espacios de interacción.
Las categorías de transgresión o rebeldía utilizadas en las representaciones sobre la juventud como condiciones negativas se convierten en atribuciones positivas del joven, en el momento en que estos elementos le permiten sentar las bases de alianzas e intercambios con otros grupos a fin de alcanzar las metas políticas y construir un proceso de aprendizaje en la misma práctica. Si el joven transgrede un sistema o se rebela contra una norma, lo que está en juego es la capacidad de reacción y transformación de las lógicas existentes.
En este punto, los procesos políticos que pone en marcha el sector juvenil, sus demandas y su alcance a nivel nacional en cada uno de los países (por ejemplo, el movimiento estudiantil juvenil) niegan las construcciones discursivas que intentan instalar a la juventud como un estado transicional, donde sobra inmadurez y falta experiencia; en todo caso, podemos preguntarnos si las categorías negativas no son utilizadas para disminuir el impacto de las diferentes luchas, también las simbólicas, que ponen en marcha los jóvenes, en tanto las experiencias históricas han mostrado que las demandas de la generación joven sobrepasan los propios límites establecidos al iniciar su lucha política.
Al mismo tiempo, se mostró cómo la juventud tiene diferentes subdivisiones, principalmente determinadas por el proceso de estratificación social, aunque estas también poseen elementos en común.54 Entonces la juventud no es homogénea, ni en su constitución ni en su forma de acción y, mucho menos, en el lugar que ocupan en el sistema social. Estos elementos son los que permiten afirmar que no hay una juventud sino juventudes,55 lo que hace imposible establecer criterios absolutos e imposibilita entender la juventud como una categoría generalizable, siempre que no queramos caer en las calificaciones etarias.
No obstante, se han encontrado condiciones políticas que comparten todas las juventudes, sobre todo la idea de unidad en torno a la construcción identitaria dentro de los marcos de socialización, la discusión en torno a la autoridad, los regímenes políticos y el lugar que ocupa la juventud en las construcciones democráticas.
En este sentido, la generación joven tiende a distanciarse de la generación anterior; sin embargo, esa distancia no solo es sociohistórica, también está determinada por las prácticas políticas en la relación con el contexto en el cual se desarrollan. Esto, al mismo tiempo, determina las multicausalidades de las identidades jóvenes en cada ciclo histórico.56
Todo esto permite afirmar que, a pesar de las diferencias entre una generación joven y otra, hay muchos puentes que las unen: primero, la pretensión de vanguardia y protagonismo de un cambio que desafía el statu quo; segundo, la capacidad de generar alianzas tanto dentro como fuera de las denominadas juventudes; tercero, la creación de nuevas formas de acción que traen consigo la ocupación y la reutilización y resignificación del espacio público.
Las diferentes generaciones juveniles también comparten la conformación de una experiencia política, donde las demandas iniciales de los procesos político-juveniles constituyen un eslabón de construcción política a largo plazo, en muchos casos bajo la idea de una carrera militante. Y, sobre todo, tienen en común un vínculo estrecho entre la generación de la demanda, la puesta en marcha de acciones colectivas con fines comunes, un proceso de socialización que se da en el marco de lucha y la conformación de un nosotros, los jóvenes, contra un otro, ya sea otras juventudes, otros grupos sociales, una norma, una política de estado, un régimen político o la autoridad misma.57
Bajo estas condiciones, se puede confirmar que la relación entre la juventud y la política durante el siglo xx ha sido de mutua influencia; la generación joven ha podido configurar un proceso de socialización que, dentro de su campo de acción, ha logrado traspasar las fronteras de las demandas iniciales influyendo en la coyuntura política, y creó demandas generales que involucran a otros sectores de la sociedad.
El accionar político juvenil ha sido capaz de reinterpretar su rol en la sociedad política; utilizó los espacios de su vida colectiva como lugares cargados de sentidos y configuraciones, y pudo crear identidades e ideas para transformar la realidad social y política de su época.
Por último, se dio cuenta de cómo las coyunturas políticas, sociales y culturales desafiaron e influyeron a la juventud de América Latina durante todo el siglo xx, de la misma forma que la juventud se configuró como un agente político capaz de intervenir e influir dentro de la realidad política con la que convive; construyó nuevos parámetros de acción que se han ido complementando a lo largo de las experiencias de las diferentes generaciones jóvenes, y creó nuevas rebeldías para poner en cuestión los términos de autoridad, autoritarismo y statu quo.
Así, cuando la realidad política contemplaba un desarrollo democrático, la juventud se rebeló a lo dado y exigió el cumplimiento de sus demandas en pos de la democracia. Cuando el mundo político se sumergía en el autoritarismo y la represión, la juventud usó sus demandas para construir y exigir democracia. En ambos casos, la juventud logró influir en la política; quizás no obtuvo resultados inmediatos, pero sí configuró marcos de acción para las próximas generaciones jóvenes.
Referencias
Juan Carlos Portantiero, Estudiantes y política en América Latina: el proceso de la reforma universitaria (1918-1938) (México, DF: Siglo XXI, 1978).
Sofia Donoso, “Auge y caída del movimiento pingüino del año 2006” (documento de trabajo n.º 14, Universidad de Desarrollo de Chile, mayo de 2011); Sofia Donoso, “Dynamic of change in Chile: Explaining the Emergence of the 2006 Pingüino Movement”, Journal of Latin American Studies 45, n.º 1 (marzo 2013): 1-29.
Vania Markarian, El 68 uruguayo: El movimiento estudiantil entre bombas, molotov y música beat (Buenos Aires, AR: Universidad de Quilmes, 2012).
Cuando hacemos referencia a “política”, pensamos en el sentido “amplio” del término. De esta manera, dicho concepto involucra un conjunto de acciones o repertorios de acción que lleva adelante la juventud, cuya participación puede o no estar institucionalizada, y tiene el objetivo de modificar ciertos aspectos de la sociedad. Por tanto, política no debe ser entendida solo como una acción dentro de una institución u orden específico, sino como un instrumento de cambio o transformación. Andrea Bonvillani et al., “Juventud y política en la Argentina (1968-2008): Hacia la construcción de un estado del arte”, Revista argentina de sociología 6, n.º 11 (nov.-dic. 2008): 44-73.
Según Kriger, la politización puede ser entendida como “un proceso psicosocial, individual y colectivo, intra e intersubjetivo, en el cual se articulan múltiples dimensiones […] en las que se significa y actualiza la vida en común de una sociedad”. Miriam Kriger, “Politización juvenil en las naciones contemporáneas: El caso argentino”, Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud 12, n.º 2 (jul.-dic. 2014): 588.
Ricardo Falcon, “Introducción”, en Nueva Historia Argentina: Democracia, conflicto social y renovación de ideas (1916 -1930), tomo 6, dir. de Ricardo Falcon (Buenos Aires, AR: Editorial Sudamericana, 2000).
Ana Virginia Persello, “Los gobiernos radicales: debate institucional y práctica política”, en Falcon, Nueva Historia Argentina, 59-100.
En 1908 ya se había creado la Federación Universitaria de Buenos Aires, uno de los principales centros de estudiantes y con tintes claramente gremialistas. Y, al mismo tiempo, se había realizado un gran número de congresos internacionales de estudiantes. Hugo Biagini, La reforma universitaria: Antecedentes y consecuencias (Buenos Aires, AR: Leviatán, 2000).
Portantiero, Estudiantes y política en América Latina.
Antony Giddens, Las nuevas reglas del método sociológico (Buenos Aires, AR: Amorrortu, 2012).
Karl Mannheim, “El problema de las generaciones”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, n.º 62 (1993): 193-244. A los fines de este trabajo retomamos el análisis de Mannheim, y entendemos el término “generación” como un grupo social que comparte un mismo tiempo histórico, con condiciones sociales y políticas que determinan su existencia social y no solo una cercanía etaria. En este sentido, es pertinente entender las generaciones como dimensiones de análisis.
Martin Bergel y Ricardo Martínez Mazzola, “América Latina como práctica: modos de sociabilidad intelectual de los reformistas universitarios”, en Historia de los intelectuales en América Latina I: Los avatares de la “ciudad letrada” en el siglo xx, dir. de Carlos Altamirano (Buenos Aires, AR: Katz, 2012), 133.
Portantiero (Estudiantes y política en América Latina) da cuenta de otros procesos reformistas, como el de Perú y Chile; aunque también rescata la rebelión juvenil de la década de los treinta en Brasil, donde el espacio de socialización joven no fue la universidad sino el ejército, pero los objetivos son similares a la juventud universitaria, una reforma democrática. Esto nos permite entender que el proceso de 1918, en Argentina, se fue extendiendo por más de una década en toda América Latina.
Bergel y Martínez Mazzola, “América Latina como práctica”, Altamirano, Historia de los intelectuales, 128.
Portantiero, Estudiantes y política en América Latina.
Ibíd.
Markarian, El 68 uruguayo.
Eduardo Rey Tristán, “Movilización estudiantil e izquierda revolucionaria en el Uruguay (1968-1973”, Revista Complutense de Historia de América 28 (enero 2002): 185-209. Rey Tristán remarca el fuerte vínculo que existe entre los partidos de izquierda uruguayos y la dirección de Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU), lo que denota un principio de socialización política de los jóvenes estudiantes que ya formaban parte de diferentes estructuras político-partidarias catalogadas como subversivas.
Ibíd.
Markarian, El 68 uruguayo.
Ibíd., 53.
Ibíd., 190.
Sobre este tema, véase: Xavier Vigna et al., Cuando los obreros y estudiantes desafiaron al poder (Buenos Aires, AR: Ediciones IPS, 2008).
María Pastore, La utopía revolucionaria de los años ’60 (Buenos Aires, AR: Ediciones del Signo, 2010).
Victoria Langland, “Entre bombas y bombones”, Revista de Estudios Sociales, n.º 33 (agosto 2009): 55-60.
Paco I. Taibo II, ’68: El otoño mexicano de la masacre de Tlatelolco (México, DF: Planeta, 2008).
Ibíd.
Ibíd., 35.
Donoso, “Dynamic of change in Chile”, 1-29.
Como describe Donoso, el Movimiento Pingüino surge a partir de las primeras movilizaciones donde se le exigió al gobierno la gratuidad de la prueba de selección universitaria; sin embargo, el aumento sustancial de la participación en las distintas protestas llevó a extender las exigencias de igualación de oportunidades de acceso educativo más allá del sector social de pertenencia, hasta que, finalmente, llevó a solicitar una reforma general educativa contra la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza de 1990, la cual se dio en 2009. Es decir, la demanda se convierte en un derecho exigible y la protesta se trasforma en un acontecimiento legítimo, sobre todo si se considera que el gobierno de la concertación, que gobierna Chile desde 1990, postula entre unos de sus pilares terminar con la desigualdad (ibíd.).
Ibíd.
Marcelo Gómez, “Las experiencias de gobiernos populares latinoamericanos: legados, promesas y acechanzas”, en German Pérez, Oscar Aelo y Gustavo Salerno, eds., Todo aquel fulgor: La política argentina después del neoliberalismo (Buenos Aires, AR: Nueva Trilce, 2011), 27-38.
Donoso, “Dynamic of change in Chile”, 1-29.
Ibíd.
Ibíd., 34.
Peter Winn, Tejedores de la Revolución: Los trabajadores de Yarur y la vía chilena al socialismo (Santiago, CL: LOM, 2005).
Winn, Tejedores de la revolución.
Laura Kropff, “Los jóvenes mapuches en Argentina: entre el circuito punk y las recuperaciones de tierras”, Revista Alteridades 42 (2011). El trabajo de Kropff se centra en grupos de jóvenes mapuches de la ciudad de San Carlos de Bariloche y de la comunidad Mariano Epulef del paraje Anecón Chico, provincia de Río Negro.
Kropff, “Los jóvenes mapuches en Argentina”, 77-89.
Mariana Chaves, “Juventud negada y negativizada: representaciones y formaciones discursivas vigentes en la Argentina contemporánea”, Última Década 13, n.º 23 (diciembre 2005): 9-32.
González Cangas retoma y pone en discusión la idea de la juventud como un período de “moratoria” desde la perspectiva de Erik Erikson. Desde ese punto de vista, el joven se encuentra en un espacio (construido culturalmente) donde adquiere la experiencia para convertirse en adulto. Al igual que las características que construyen la representación (y los discursos) acerca del ser joven, la condición de la juventud como una “moratoria” es por lo pronto estigmatizante y se contradice con los ejemplos del accionar político juvenil que hemos descripto. Yanko González Cangas, “Juventudes Rurales: trayectorias teóricas y dilemas identitarios”, Nueva Antropología 19, n.º 63 (octubre 2003).
Camila Cárdenas Neira, “(In)visibilización juvenil: acerca de las posibilidades de las y los jóvenes en la historia reciente del país”, Última Década 19, n.º 35 (diciembre 2011): 11-31.
Bonvillani et al., “Juventud y política en la Argentina”, 44-73.
Víctor Muñoz Tamayo, “Juventud y política en Chile. Hacia un enfoque generacional”, Última Década 19, n.º 35 (diciembre 2011): 113-141.
Notas