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José Martí. Aspectos esenciales de la aprehensión del ser humano
José Martí. Essential aspects of apprehension in the human being
José Martí. Aspectos essenciais da apreensão do ser humano
José Martí. Aspectos esenciales de la aprehensión del ser humano
Enfoques, vol. XXX, núm. 1, 2018
Universidad Adventista del Plata
Recepción: 30 Octubre 2016
Aprobación: 06 Febrero 2017
Resumen: El presente texto expone aspectos esenciales de la aprehensión del ser humano, de José Martí, a través de algunas de sus características subjetivas: uno, el espíritu revolucionario, del cual se destaca su importancia para entender al ser humano en relación con las necesidades de la sociedad, donde toma consistencia el deber con la patria; dos, la visión unitaria e integradora como condición indispensable para concebir de manera íntegra al ser humano; tres, la amplitud de la mirada, la cual se observa como factor que le posibilita percibirlo en la cultura.
Palabras clave: Pensamiento cubano, Ser humano, Universo espiritual, Sociedad, Cultura.
Abstract: The present text expounds essential aspects of José Martí’s comprehensive understanding of the human being, by means of some of its subjective features: One, the revolutionary spirit, from which stands out the importance to understand the human being in relation to the needs of society, where duty to the country takes consistency; Two, the unified and comprehensive vision as an indispensable condition to fully conceive the human being; Three, the breadth of vision, which is seen as a factor that enables to perceive him in the culture.
Keywords: Cuban thought, Human being, Spiritual universe, Society, Culture.
Resumo: O presente texto expõe alguns dos aspectos essenciais da noção de ser humano de José Martí. Destaca a significação básica nela presente - e em todo o pensamento e quefazer independentista do autor - das relações prático-transformadoras, do espírito revolucionário, das necessidades materiais e do universo espiritual. Desta última enfatiza a importância que o pensador e patriota cubano coloca na força interior humana, sua capacidade para vencer obstáculos e sua criatividade para alcançar metas superiores, sempre atentando para os nexos sociedade - cultura - história. Trata, então, da transcendência metodológica das considerações de José Martí.
Palavras-chave: Pensamento cubano, Ser humano, Universo espiritua, Sociedade, Cultura.
Introducción
Hablar del ser humano a principios del siglo xxi quizás sea para algunos hombres y mujeres una obstinación o el aferramiento a un tema innecesario. Tales criterios cargados de pesimismo tienen como sostén la crisis de la humanidad, supuestamente insuperable, que la conduce a una hecatombe inevitable. Lo lastimoso de estas consideraciones es que no son estrictamente inconsistentes, pues en el mundo se han incrementado males sociales como la corrupción, la indiferencia, el crecimiento de la importancia de los bienes materiales, la primacía de la banalidad.
Ante tal situación, es necesario brindar mayor atención al ser humano y particularmente al universo espiritual y su enriquecimiento. Una vía para ello es la realización y la difusión de textos en los que se tratan estos temas o en los que se estimula la sensibilidad ante tales problemas y su solución. Con dicha finalidad, pueden emplearse los trabajos de José Martí (18531895), quien ocupa el lugar cimero entre los pensadores y patriotas cubanos por su ideario y su quehacer revolucionarios.
El pensamiento de José Martí está expuesto en una gran obra escrita formada por ensayos, artículos, discursos, cartas, crónicas, poemas, dramas, narraciones. Una de las características básicas de su pensamiento es la importancia que le dispensa al ser humano y las consideraciones en torno al mismo, que expresa mediante la categoría filosófica hombre. No está de más puntualizar que la utilización de tal palabra no se debe a que ignora o menosprecia a las mujeres, antes bien, acerca de ellas da muestras de reconocimiento de sus méritos y brinda múltiples elogios por ellos más que por su belleza.
La concepción de José Martí acerca del ser humano, que está expuesta en sus textos mayormente de modo implícito, fue posible por una serie de aspectos. Entre ellos, cabe mencionar las características subjetivas que se tratan en el presente artículo: el espíritu revolucionario, la visión unitaria e integradora y la amplitud de la mirada.
El objetivo de este trabajo es argumentar algunas características subjetivas de José Martí, que tienen repercusión esencial en su aprehensión del ser humano. La bibliografía básica son los textos martianos, pero se emplean otros de reconocidos especialistas en estos temas y en temáticas afines.
Resultados de la investigación
En el pensamiento de José Martí, el ser humano está ubicado en el lugar central, es el protagonista de la gran mayoría de sus aspiraciones, pero no se distingue por una posición antropocéntrica, lo cual se puede observar cuando estima que “no es un soberbio ser central, individuo de especie única, a cuyo alrededor giran los seres del cielo y de la Tierra”.1 No obstante, asevera que es “la cabeza conocida de un gran orden zoológico”,2 de donde se desprende que para él no es un componente cualquiera del universo, sino el más importante, ya que mediante su capacidad racional tiene posibilidad de conocer el universo, de conocerse a sí mismo e incluso de encaminarse al ser universal.
Del pensamiento de José Martí pueden inferirse características subjetivas que le permiten y le facilitan su aprehensión del ser humano. Entre ellas, están las que constituyen el objeto de estudio del presente artículo: el espíritu revolucionario, la visión unitaria e integradora y la amplitud de su mirada.
Espíritu revolucionario de José Martí
La patria es el punto donde José Martí comienza a aprehender al ser humano. Pero vale subrayar que su carácter decisivo no se debe a que la observa como un sitio, un espacio o un territorio, con respecto al cual, por ejemplo, prevalece su admiración por las bellezas naturales, el arraigo a las costumbres, el interés por su historia, entre otros rasgos, sino que lo que predomina en él es el espíritu revolucionario, es decir, la inquietud y el anhelo por transformar la sociedad y construir una mejor, que desarrolla y madura en el contexto social, en medio de sus necesidades, con respecto a las cuales entiende que la tarea primaria e impostergable era el logro de la independencia. En este caso, sobresale que el concepto que constituye la base y guía de su ideario y de sus aspiraciones no es sociedad ni nación, sino patria.
A propósito de la idea anterior, vale señalar que es en los primeros textos que publica, en 1869, con solo dieciséis años de edad, y expone sus criterios iniciales acerca la patria, que, dicho sea de paso, junto a su fuerza afectiva, tienen una marcada connotación teórica. Esos escritos son el soneto "¡10 de octubre!", dedicado al inicio de la primera guerra por la independencia de Cuba, el 10 de octubre de 1868, cuando, al decir de Martí, “Rompe Cuba el dogal que la oprimía / Y altiva y libre yergue su cabeza”3, algunos comentarios sacados en el único ejemplar del periódico El diablo cojuelo4 (donde condena la falsa democracia impuesta en Cuba en 1869) y el drama en verso Abdala,5 que publica en el también único ejemplar del periódico La patria libre y donde expresa el fundamento de su concepción: patria no es solo la tierra donde se nace, sino algo más, por lo cual se siente amor y se llega a odiar a quien la agrede y oprime.6
Unos cuatro años después, en 1873, concreta su concepción: “Patria es comunidad de intereses, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”;7 de este modo, es más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, es más que lo que estaba oprimido, más que derecho de posesión a la fuerza. En estas palabras sobresale la esencia afectiva que tiene su comprensión, lo cual no altera al pasar el tiempo, aunque la madura y amplía, como puede notarse en sus palabras de 1895, unos meses antes de morir, cuando asegura que la patria “es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer”,8 con lo cual vuelve a destacar que no es el espacio terrenal en sí (del que no se halla en su pensamiento ningún tipo de menosprecio), sino la comunidad humana, el pueblo, en cuyo seno se nace y se llega a ser quien se es; pero antes, al inicio de esta idea, había escrito una frase concisa, que constituye un verdadero apotegma: “Patria es humanidad”,9 o sea, es más que el pueblo natal, entendido este como el conjunto de compatriotas; la patria está formada por todos los seres humanos del planeta.
En muchos textos que escribe antes de 1895 se puede hallar, implícitamente y de varias maneras, esa anchura y esa profundidad que le permite hablar de nuestra América como su patria y llamar compatriotas a todos los nacidos al sur del río Bravo,10 pero dichas características son posibles y tienen grandeza gracias al espíritu revolucionario de José Martí, entendido este como el vigor natural que fortalece al cuerpo y lo incita e impulsa a actuar para realizar transformaciones revolucionarias, es decir, encaminadas a superar lo existente y a ascender a niveles superiores, que en este caso se trata de la situación social.
De tal suerte, desde sus entrañas afectivas, con una óptica revolucionaria y con la patria como marco espacial, comienza a aprehender al ser humano y a caracterizarlo. Esto condiciona que lo perciba primeramente en el deber con su patria, el cual es, a su vez, la primera característica que Martí destaca en los humanos; antes de hablar de derechos a alcanzar y a disfrutar en el futuro, enfatiza el deber a cumplir.
Aquí es oportuna una explicación complementaria, relacionada con el método mediante el cual el autor llega a aseverar el carácter primario del deber patrio en el pensamiento de Martí. Dicha afirmación no toma consistencia desde el punto de vista histórico, porque desde este lo que más se observa es el desarrollo del objeto que se estudia, con sus diferentes etapas y en el tránsito de una a otra, como proceso de maduración o declive. A la afirmación antes expuesta, el autor llega a través de un enfoque integral, totalitario, según el cual se observa el ideario de Martí como un todo y en el lugar cimero al cual llegó; esto no niega ni desecha su formación, las etapas de maduración u otros rasgos, por eso, al mismo tiempo, debe verse como una especie de detenimiento epistemológico.
Es necesario apuntar que en varios textos de Martí, casi siempre de manera implícita, puede encontrarse que reúne a los humanos en dos grandes grupos: los patriotas y los que se desentienden de la patria. Claro está que el origen de esta división está relacionado con el amor a la patria. Hacia 1891, afirma que en el mundo existen los egoístas y los generosos. De los primeros, asegura que “lo sacrifican todo: patria, amistad (...) hasta la estimación de sí mismos en su beneficio y contentamiento; los otros, aunque en las horas de sosiego puedan pagar tributo a los apetitos y flaquezas de la naturaleza humana, cuando la hora del atrevimiento y la grandeza suena (...) se arrojan apretadamente a la pelea”.11
La transformación revolucionaria de la patria tiene en la actividad práctica el punto de partida y apoyo. Ahora bien, la característica esencial de la patria es que es humana, porque ella es el pueblo, entendido este en su acepción más amplia, por eso, la superación del ser humano, su superación y mejoramiento, es consustancial a su concepción revolucionaria y tiene como punto de partida su espíritu revolucionario. Pero Martí no se deja atrapar por un nacionalismo estrecho y aislador, y si su concepción de patria abarca a toda la América Latina, en ella despliega su aprehensión del ser humano y con ella despliega su afán de emancipación y mejoramiento humano.
En su concepción de la praxis revolucionaria, sobresale, entre aspectos esenciales, la necesidad de la unidad humana, porque “(...) lo que divide a los hombres, (...) es un pecado contra la humanidad”,12 porque “es deber del hombre levantar al hombre”;13 no obstante, deja claro que “con los oprimidos había de hacer causa común”.14 Sobre esta premisa y con la comprensión de que solo con la unidad se puede lograr la independencia, funda el Partido Revolucionario Cubano y pretende edificar la república cubana “con todos y para el bien de todos”15 sustentada en el “equilibrio abierto y sincero de todas las fuerzas reales del país”.16
Al aprehender Martí al ser humano en su actividad, lo percibe en todas las manifestaciones de su ser donde están presentes múltiples relaciones (como los nexos entre lo objetivo y lo subjetivo) y lo concibe como creador consciente. Acentúa el ímpetu realizador de los humanos, su dinamismo creador y su independencia. A tono con ello, enfatiza la búsqueda de medios y la creación de condiciones para vencer desafíos, porque entiende que en ese bregar es donde se realiza el ser esencial humano.
Sobre esa base en posible entender que para Martí es significativa la subjetividad. Aquí amerita nuevamente una aclaración. Subjetividad no se entiende en este texto como sinónimo de lo subjetivo; con ella se alude a la fuerza creadora del ser humano que se encamina a vencer obstáculos, a trazar metas superiores y así a impulsarlos a andar más lejos en pos de la mejoría y de crecer ante las dificultades.17
Aunque ese concepto no aparece tratado de modo explícito en ningún escrito suyo, ni lo menciona, su contenido está diseminado implícitamente en su pensamiento y no lo separa metafísicamente de lo material ni de lo objetivo. Sobre esta base es posible afirmar que Martí concibe al ser humano como un sistema de posibilidades y realizaciones, que es en sí la conjugación de sus fuerzas internas con las condiciones objetivas presentes, cargadas dialécticamente de pasado y enrumbadas al futuro.
En correspondencia con lo anterior está la afirmación siguiente, que expone en 1875, durante su estancia en México: “... el hombre es en la Tierra descubridor de las fuerzas humanas (...) nosotros somos nuestras leyes, todo depende de nosotros: el hombre es la lógica y la Providencia de la humanidad”;18 es decir, aprehende al ser humano como capaz de actuar sobre su entorno y sobre sí mismo. Este modo de pensar lo mantiene a lo largo de su vida. En 1881, opina: “Esta es la conquista del hombre moderno: ser mano y no masa; ser jinete y no corcel; ser su rey y su sacerdote; regirse por sí propio”.19 Al reconocimiento de la fuerza y el poderío del ser humano lo enlaza con la posibilidad de su continuo mejoramiento, con el cual alude el presente, pero, valga la insistencia, su esencia está encaminada directamente al futuro.
Años antes, entre 1871 y 1872, mientras cumplía en España su primera deportación, tiempo cuando su sufrimiento por Cuba debió haber sido desgarrador e innumerables debieron haber sido los interrogantes con respecto a su futuro personal, sostuvo: “Tendemos a mejorarnos (…). Todo es consecuencia de nosotros mismos”.20 De manera explícita o implícita, una parte considerable del pensamiento de Martí y todo su quehacer dan fe de su convencimiento en cuanto a que el ser humano puede y debe crear, y crearse a sí mismo, con su propio esfuerzo. Unos cuantos años después, en 1885, asegura que cada uno “crece con el ejercicio de sí mismo”21 y sugiere que con este fin cada individuo continuamente se encamine a conocerse, no exclusivamente para saber más de sí, sino para mejorar como ser humano, tarea que concibe como eterna. En 1886, escribe: “Las alturas son buenas, y el hombre tiene de divino lo que tiene de capaz para llegar a ellas (…); debe estar abierto a todos sus caminos”.22
José Martí aprehende al ser humano en medio de las características de su época y de las tareas que le corresponde realizar. De ahí que sostenga que “el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo”23 y que “dan de sí las épocas nuevos hombres que las simbolizan”.24 Según Martí, el ser humano ha de tener en cuenta los desafíos y las tareas que la época pone delante de sí y no solo tenerlos en cuenta, sino asumirlos y darles la mejor solución. Ese es el hombre real,25 del que habla en 1891 y que, según afirma, ya le estaba naciendo a nuestra América con el imperio del genio de la moderación, debida a la armonía serena de la naturaleza y la lectura crítica, en correspondencia con lo que llama tiempos reales.
El hecho de que Martí concibe a los humanos en su actividad y como un ser creador lo conduce a que los aprehenda en la actividad productiva, es decir, en el trabajo. En torno a este, las primeras reflexiones están en el texto donde narra su reclusión en el presidio de La Habana, sitio en el cual cumple la condena que le impusieron por haber sido acusado de infidente. Este escrito lo publicó en 1871 en España durante su primera deportación, cuando tenía dieciocho años de edad. Es llamativo que sus consideraciones en torno a la actividad productiva son favorables, aun cuando están enlazadas al trabajo forzoso, es decir, como castigo. Ello se debe a que opina que en las condiciones difíciles puede crecer la fraternidad y que esta se desarrolla con mayor rapidez cuando tiene lugar en la desgracia.26
El espíritu revolucionario, transformador, le permite subrayar el carácter creador del trabajo y su influencia sobre los humanos. Alrededor de 1872-1874, temprano aún en su vida, refiere la relación trabajar-amar-vivir cuando en su drama Adúltera formula las siguientes interrogaciones: “¿vive el que no trabaja? ¿Merece el que no trabaja amar, que es vivir?”.27 De estas preguntas brota la conjugación, que persiste de diversos modos en su ideario, entre la razón y los sentimientos sustentados en la belleza y la utilidad de la vida, desde donde se desprende el gran papel enaltecedor que le otorga al trabajo.
El aprecio que siente por la actividad productiva lo conduce a que muestre estimación por los hombres y las mujeres que trabajan. A propósito, es de señalar que en la década de 1870 atrapa mayormente su atención el fruto de la obra humana y su contribución a la satisfacción de las necesidades, materiales y espirituales, diversas y siempre crecientes, de los humanos.
En los primeros años de la década de los ochenta, Martí expresa una serie de consideraciones en torno al trabajo; de él destaca su condición de transformador de la naturaleza y creador de riquezas que no envilecen, ni tienen un origen que a la larga pueda ser despreciado por las personas honradas. De él celebra su poder para hacer bien, para embellecer el alma y disciplinar a quienes lo realizan.28
Destaca que del trabajo el hombre recibe ventajas físicas, mentales y morales, porque, entre otras cosas, se habitúa a un método, no solo para trabajar, sino también para vivir; además, porque junto a ello, estimula la imaginación. Por eso, afirma: “El hombre crece con el trabajo que sale de sus manos”,29 como también asegura que las personas ociosas se depauperan y envilecen. Muestra alta estima no solo por el trabajo en sentido general, sino particularmente por el manual, y subraya las cualidades positivas que desarrollan quienes lo realizan, como la fuerza, la seguridad de sus músculos y la alegría del rostro. De esos hombres y mujeres, afirma: “Se ve que son esos los que hacen el mundo: y engrandecidos, sin saberlo acaso, por el ejercicio de su poder de creación, tienen cierto aire de gigantes dichosos, e inspiran ternura y respeto. (…) He ahí un gran sacerdote, un sacerdote vivo: el trabajador”.30
En los años 1890 apunta a que en la patria futura la única fuente de bienestar debe ser el esfuerzo de cada cual. Pero en su pensamiento es el trabajo, además, una vía para condenar a los holgazanes. No ha de asombrar el poderío de sus palabras cuando asevera que “hacer es el único modo eficaz de censurar a los que no hacen”.31 En correspondencia, expone una idea de gran alcance histórico y plena vigencia: “Crear es la palabra de pase de esta generación (…). Lean para aplicar, pero no para copiar”.32 Esta sugerencia es una muestra del reconocimiento del valor de la actividad productiva, en este caso, intelectual; pero lo más importante de ella es que trasluce que su atención se enfila, de un modo ostensible, hacia el trabajo rigurosamente creador, mediante el cual los humanos despliegan su creatividad, pero también se desarrollan como tales, y de ese modo, ascienden a niveles superiores en la escala humana.
Visión unitaria e integradora de José Martí
Un momento importante en la visión unitaria e integradora de Martí puede encontrarse en sus Juicios de Filosofía (al parecer, datan de 1877 cuando era profesor de este saber en Guatemala) donde asegura que el buen método filosófico para evaluar al ser humano era tomarlo “en todas las manifestaciones de su ser; y no deja en la observación por secundario y desdeñable lo que, siendo tal vez por su confusa y difícil esencia primaria, no le es dado fácilmente observar”.33 Este modo de ver, que es su método de aprehensión filosófica,34 puede hallarse posteriormente, por ejemplo, en 1887 cuando sentencia: “Para conocer a un pueblo se le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: ¡en sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas y en sus bandidos!”.35
En dicha visión influye cómo concibe los siguientes elementos: el mundo, que para él “no es una serie de actos, separados por catástrofes, sino un acto inmenso elaborado por una incesante obra de unión”;36 el universo, del cual asegura lo siguiente: “El Universo es lo universo. Y lo universo, lo uni-vario, es lo vario en lo uno;” 37 la naturaleza, que “llena de sorpresas es toda una. Lo que hace un puñado de tierra, hace al hombre y hace al astro”,38 por lo cual “es todo lo que existe, en toda forma, espíritus y cuerpos (...). El misterioso mundo íntimo, el maravilloso mundo externo”,39 de ella son componentes lo material y también lo espiritual, como partes diferentes, pero en continuas relaciones. Un principio de la naturaleza que mantiene en su pensamiento al pasar de los años es lo doble en la unidad: “La vida es doble. Yerra quien estudia la vida simple”.40 Entre los tres elementos puede captarse la unidad como rasgo común.
Sobre esa base, Martí capta al ser humano en todas las manifestaciones de su ser y, de hecho, lo concibe como una unidad dialéctica y compleja. Por eso, afirma que “no es espíritu a secas, es un ser complejo”.41 A tono con esto toma consistencia su idea temprana de la filosofía de relación, que en el caso humano abarca los nexos alma-cuerpo, así como los existentes en el mundo exterior (natural o sociocultural) en los cuales existen los humanos, a quienes, a su vez, concibe compuestos por dos partes contrarias, una oscura: la ruindad, y otra luminosa: la bondad.
No obstante lo anterior, en 1880 recalca la idea de la inclinación natural del ser humano al bien y al placer y su rechazo a lo que le produce daño, a no ser que se vea obligado a soportarlo. Ese mismo año destaca que ningún ser humano es exclusivamente bueno o malo, aunque asegura que la naturaleza humana es noble por esencia y mala por accidente.42
Martí se plantea la contraposición de intereses y valores a partir de la idea de que en cada ser humano coexisten lo positivo y lo negativo, y que es el medio sociocultural el que hace que en ciertas circunstancias prevalezca uno u otro. Sobre esta base llega a aseverar que las leyes comunes a los seres humanos no se manifiestan de la misma manera en cada uno. En 1884, asevera que hay seres humanos que “aman por cuantos no aman; sufren por cuantos se olvidan de sufrir. Es dado a ciertos espíritus ver lo que no todos ven”.43 Pero enfatiza que esas desigualdades naturales deben corregirse en lo posible y así avanzar en la construcción de la equidad social.
A tono con ese basamento, recomienda, también en 1884, que “quien intente mejorar al hombre no ha de prescindir de sus malas pasiones, sino contarlas como factor importantísimo, y ver de no obrar contra ellas, sino con ellas”.44 Insiste en la lucha de cada cual para impedir que aflore lo peor de sí y por abrirle la vía a lo mejor, así como a cuanto se encamine a propiciar la mejoría de los demás seres humanos. No obstante, confía más en la parte buena, aunque no pierde cuidado con la mala; en más de una ocasión habla de las bajas pasiones y la ingratitud.
El estudio del pensamiento de Martí revela que concibe al ser humano como una especie de sistema de fuerzas, posibilidades y realizaciones con múltiples interacciones, porque lo aprehende en su actividad y en la malla que forman sus relaciones,45 como protagonista de sus actos. De este modo, lo percibe en todas las manifestaciones de su ser y en sus múltiples relaciones, como los nexos entre lo objetivo y lo subjetivo y entre el pasado, el presente y el futuro, a propósito de lo cual afirma que “para estudiar los elementos de la sociedad de hoy es necesario estudiar en algo los residuos de la sociedad que han vivido”,46 porque cada uno “es en sí el resumen de los tiempos, y el hijo de ellos”.47
En la conjugación del pasado, el presente y el futuro, Martí ubica al ser humano de frente al mañana, con poder para actuar sobre su destino. Esto tiene una importancia crucial no solo en cuanto a la aprehensión del ser humano, sino con respecto a todo su pensamiento, porque, sin desestimar el camino andado, se le ofrece primacía a lo que se debe hacer. De ahí su condición de programa de realización humana. Así lo ubica de frente a las tareas actuales y las que están por llegar, como la lucha contra el colonialismo español y el imperialismo norteamericano, y en defensa de Hispanoamérica.
En correspondencia con el pensamiento moderno de ascendencia cartesiana, Martí está convencido de la existencia de un orden en la naturaleza, no alterable. Pero no extiende esta ley a los seres humanos; en ellos distingue las posibilidades de su capacidad racional y de su creatividad. En los cuadernos de apuntes de estudiante,48 que datan de 1871-1872, ya insiste en el carácter activo de la razón. Ve el papel de la inteligencia en la explicación de las causas de todo lo existente y de lo que aún era un misterio, de ahí la importancia que le atribuye al desarrollo de las ciencias.
Esta posición la refuerza hacia 1883 al considerar: “Sobre la tierra no hay más que un poder infinito: la inteligencia humana”.49
En el marco de su concepción de los humanos como seres racionales, tiene cabida su atención a la imaginación. A ella enlaza la poesía, porque muchas veces refiere situaciones que aún no han existido y que pueden o no llegar a existir. También a la imaginación vincula, de un modo similar, las religiones, porque tratan de cosas que aún están por explicarse, aunque se tenga certeza experimental de ellas.
Así, en el pensamiento martiano, la imaginación es incentivo de la inteligencia porque impulsa al ser humano al conocimiento de lo que no le es posible conocer fácilmente, a desplegar su riqueza espiritual, a emprender acciones. No tiene lugar al margen de las sensaciones, ni es ajena a la razón.50
Otro rasgo humano que atiende Martí es la voluntad.51 La observa en relación con la razón y los conocimientos. Cuando entra en nexos con estos, deviene parte de las leyes del espíritu (de este tiene una concepción compleja, que será objeto de estudio en otro trabajo; puede entenderse, de modo general, como el alma). Diferencia estas leyes de las que rigen la materia, ante todo porque no pueden funcionar de la misma forma, aunque responden a principios análogos, ya que en las del alma participan la voluntad, la imaginación y la inteligencia humanas.
Llamativo es que hacia 1875 consideraba que entre las leyes del espíritu está la inclinación del ser humano a buscar “algo que lo fortifique y lo consuele”,52 por lo cual a veces vuelve los ojos al pasado con la esperanza de encontrar argumentos, explicaciones y respuestas. Se trata de la historia y de su aprehensión mediante el razonamiento y los sentimientos, de su papel en los conocimientos, los valores y la práctica.
El apasionamiento constructivo, hacedor de bienes, es de incalculable importancia para Martí y, particularmente, para la fundamentación del patriotismo en momentos en que el único camino para que los cubanos alcanzaran la independencia era la guerra, la cual exigía la renuncia a los bienes personales e incluso a la vida. Por eso, asevera que “no cabe ciertamente, que todo lo que satisface nuestros deseos, esté de acuerdo con nuestro raciocinio”.53
En estrechos nexos con lo anterior hay otro rasgo de la aprehensión del ser humano de Martí: lo percibe como una integración de lo natural, lo individual y lo social.
No escapa Martí a la disyuntiva planteada por el iluminismo entre la concepción del ser humano como un ser natural y el individuo como integrante de la sociedad, pero su atención se centra en la influencia del medio social, sin renunciar a la existencia de leyes naturales y espirituales de índole universal, entre las cuales ve nexos. Señala que en el ser humano, como unidad formada por el cuerpo y el espíritu, la inserción en una sociedad es lo que posibilita la adquisición y la formación de rasgos que no son naturales. Por eso, el ser humano es para él fruto de su pueblo, de la humanidad y de su época, cuyos rasgos actúan sobre él, ya sea para asimilarlos creadoramente o para oponérseles, en dependencia de las circunstancias presentes, de las del pasado y de lo que se avizora del futuro.
En cuanto al papel del pueblo y la sociedad, expresa en 1892: “Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo”.54 El ser humano vive en sociedad y es un ser social, por eso “un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero”.55 Esta opinión condiciona que en 1887 se oponga a que “en aquello que a todos interesa, y es propiedad de todos, deba intentar prevalecer (…) la opinión de un solo hombre”,56 a que un ser humano se erija en amo de otros o que devenga servidor de la colectividad, y que sobre esta base, en 1889, condene la exageración del individuo propia de la sociedad estadounidense.57
Pero no sobrevalora la sociedad, ni por ella ignora o subestima al individuo; de esto da fe varias veces, como cuando asegura que “la felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes” y que “una nación libre es el resultado de sus pobladores libres”.58 En correspondencia, sentencia que es un vicio social “la falta de respeto a la opinión ajena”,59 con lo cual ratifica su oposición al despotismo y su reconocimiento de las diferencias individuales y las libertades de cada cual.
No está de más subrayar que los extremos dañan, y si a la humanidad la ha perjudicado la sobrevaloración del individualismo, también la ha afectado el extremo opuesto, es decir, la exageración del papel y el lugar de la sociedad, los colectivos o los grupos sociales. Si bien ninguno de estos extremos es beneficioso, recargar la atención de lo social, según ha mostrado la historia, ha sido más perjudicial porque el hecho de satisfacer las exigencias de un grupo humano no por obligación significa que se logre tal empeño en cada uno de sus miembros; más bien, por lo general, en esos casos (como lo mostró la experiencia de la Unión Soviética y los países socialistas del este de Europa) se quedaron individuos aislados que fueron arrollados por una decisión tomada por la mayoría de un grupo en su beneficio. No se debe olvidar que para satisfacer la sociedad no se puede ignorar a los individuos, algo muy difícil de lograr.
Si Martí sostiene que “el primer deber de un humano es pensar por sí mismo”,60lo hace para subrayar la fuerza y la potencia de los seres humanos, para impulsarlos a su mejoramiento en todos los sentidos y a la creación de condiciones en beneficio de la humanidad, no a la separación con respecto al resto de sus congéneres. Esa idea se completa con su estimación por el pueblo, en el cual cada individuo mantiene su individualidad y conserva el derecho al respeto. Pero no se deben confundir los aspectos siguientes: por un lado, la búsqueda que hace del equilibrio entre el individuo y la sociedad, y su persistencia de no disolver al primero en la segunda, y por el otro, el papel que les reconoce a las masas populares como sujeto político y dirigente de la revolución social que impulsa desde muy joven y enarbola hasta su muerte; en este caso su deseo es la armonía de los elementos del país, como considera en 1891 que debe lograr la política con “los elementos, heterogéneos u hostiles, de la nación”.61
Como ha podido verse, entre la mirada unitaria e integradora y el espíritu revolucionario existen nexos internos que fungen como condicionamiento mutuo, que hace difícil separarlas, como ocurre con la característica subjetiva que se estudiará seguidamente.
Amplitud de la mirada de Martí
Una propiedad de José Martí, relacionada con la que se trató en el epígrafe anterior, es la amplitud de su mirada. Esta característica lo conduce ante todo a aprehender al ser humano no solo en las grandes dimensiones, sino en la conjugación entre dichas dimensiones y las concretas, pero concibe al ser humano en su quehacer y sus diferenciaciones y puede al mismo tiempo observarlo en la cultura. De ella no ofrece ninguna definición e incluso no usa con mucha frecuencia dicha palabra, pero puede captarse su presencia. Además, no hay contradicción con respecto al modo como la concibe el autor: “actividad (modo de efectuarla y resultados) que propicia el mejoramiento de los seres humanos e identifica su esencia, en continua superación”.62
Asimilación de la cultura universal. Relaciones universal-singular
En 1891, en la plenitud de la madurez de su pensamiento, asegura: “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia”.63 Estas palabras aisladas no son suficientes para caracterizar su pensamiento y su aprehensión del ser humano porque puede interpretarse como que su ideario se encierra en el continente y que evidencia su predilección por lo propio; pero no es totalmente así. Martí reconoce la valía de la cultura universal y su importancia para los latinoamericanos, de quienes pretendía el acercamiento a lo avanzado de su época; por eso había afirmado en 1877 que era necesario conocer los inventos útiles del viejo mundo, tanto como los del mundo nuevo, porque además de su utilidad portan en sí la actividad de muchos hombres, la erudición de sabios y el vigor de obras valiosas. De este modo, no cabía en su mente que los pueblos de América Latina desconocieran a “los dramáticos insignes de España y de Francia; filósofos alemanes, científicos, místicos imponentes, obra humana”,64 pues es la cultura donde se plasma el desarrollo de la humanidad que, a su vez, conforma su patrimonio.
Ya antes de 1880, año cuando comienza su estancia en Estados Unidos, que se prolonga hasta 1895, Martí comprende que los pueblos más jóvenes deben asimilar los adelantos de la época y, de un modo muy especial, los avances en la educación, ante todo los que impulsan la emancipación humana. En esto, lo más importante para él no es asimilar modelos nuevos de educación, sino discernir críticamente cuál favorecía más la formación de los hombres y las mujeres que necesitaba América Latina y cuál le podía ser útil para transformar la educación teológica, memorística y esquemática impuesta por España y convertirla en una educación científica, técnica, racional. Convencido está de la urgencia de crear hombres y mujeres nuevos para que fuera verdadera la revolución (léase la transformación radical de la sociedad, encaminada a niveles superiores). En todo esto, la cultura es identidad y desafío, en tanto medio para elevar al ser humano latinoamericano a los niveles alcanzados por la humanidad.
La asimilación creadora de la cultura universal a partir de las necesidades e intereses de América Latina y para resolver sus problemas no contradice su consideración de que “(...) ser propio y querer ser ajeno; desdeñar el sol patrio, y calentarse al viejo sol de Europa (...) vale tanto como apostatar”.65 Como puede verse en estas palabras, al observar Martí al ser humano en el eje universal-singular, no pierde de vista las especificidades de su patria grande y, de hecho, concibe a los latinoamericanos en la urdimbre de nexos que se forman en la defensa de la identidad cultural de los pueblos.
En el sistema de relaciones que se tejen alrededor de lo universal y lo singular en el pensamiento de José Martí, merece que se mencione lo concerniente a los pueblos naturales, que no eran para él incultos o bárbaros, como se denominaban en esa época. De este criterio hay muestras en varios escritos suyos, como La historia del hombre contada por sus casas66 y Un paseo por la tierra de los anamitas.67 Martí no ve las diferencias de los estadios del modo de vida y de la producción (material y espiritual) como motivo para afirmar que los que estaban en grados inferiores carecían de cultura porque “el gran espíritu universal tiene una faz peculiar en cada continente”.68 De tal modo, al distinguir especificidades, aprecia niveles y entre estos establece relaciones, que son en sí nexos entre lo universal y lo particular, algo que actualmente hay que tener en cuenta para poder justipreciar a los humanos, tanto de manera individual como en grupos.
Lo superior y lo revolucionario en la cultura
En la aprehensión del ser humano de José Martí, tiene su espacio la distinción que observa en la cultura en cuanto a dos partes que a veces pueden mostrarse no muy bien delineadas: lo elevado y revolucionario, por un lado, y por el otro, lo bajo y retrógrado. Martí sugiere a los humanos que siempre desplieguen su capacidad crítica con respecto a todo (léase objetos materiales o lo que actualmente se conoce como productos culturales; libros, música, obras de arte, etc.), aun cuando provenga de países con mayor desarrollo económico, científico, tecnológico y una historia más larga, porque no todo es de elevada calidad, ni superior a lo de América Latina.
Desarrolla esa idea a propósito de la caracterización que hace de la época contemporánea a él. Califica el año 1890 como de muchas mezclas y donde los pueblos copian desmedidamente lo de otros, sin ceñirse a sacar del estudio del ajeno, aquel conocimiento de la identidad del hombre, por el que las naciones, aún rudimentarias, han de perfeccionarse y confundirse, sino bebiéndose por novelería, o pobreza de invención, o dependencia intelectual, cuanta teoría, autóctona o traducida, sale al mercado ahíto.69
Martí recomienda que el juicio crítico siempre se sustente en los matices de los problemas internos y en las soluciones que se les buscan, sin olvidar que lo reaccionario es la expresión de los intereses de quienes pretenden marchar contra la tendencia de la humanidad, que es escalar niveles superiores y mejorar en todos los sentidos.
Dos niveles en una misma cultura
Martí aprehende al ser humano en dos niveles de la cultura: uno, dominante y el otro, dominado, que se corresponde en América Latina con la estructura de la sociedad, heterogénea y contradictoria, en tanto las naciones estaban en proceso de surgimiento y las relaciones de producción, hasta bien entrado el siglo xix, eran esclavistas. Así, señala diferencias y contradicciones entre una elite poseedora de una alta cultura y las masas populares portadoras de lo que considera una cultura natural, desprovista de una elevada educación e incluso de una instrucción elemental.
Martí distingue tipos de cultura en correspondencia con los grupos sociales: los sectores urbanos, con una notable presencia europea; los poseedores de la tierra (en la mayoría de los casos devenían caudillos y formaban tiranías, carente de profundidad teórica); las masas humildes de las zonas rurales (apegados a la tierra). A partir de este mosaico sociocultural, puntualiza que en los pueblos nuevos “la cultura no ha tenido tiempo de distribuirse en la masa con la abundancia necesaria, para que consuma con una demanda legítima y firme esos productos (…) que se llaman Artes y Letras”.70
Integración de las culturas artístico-literaria y científica
Desde mediados de la pasada centuria, en un número creciente de estudiosos de diversas áreas, ha aumentado el interés por la eliminación de los fraccionamientos que la misma humanidad, consciente o inconscientemente, ha provocado en la cultura y, como consecuencia, ha crecido el deseo de integrarla. Entre estos estudiosos está el escritor y científico inglés Charles Percy Snow, quien en 1959 publicó un texto titulado Las dos culturas, donde analiza el distanciamiento entre las ciencias y las humanidades, así como propone hallar algo común para su integración, que ve en la conservación de las culturas de los pueblos y la eliminación de la pobreza.71
Años más tarde, sigue vigente en algunos autores la intención de integrar las dos culturas, como Edgar Morin, quien llama a reconocer el valor cognoscitivo de la poesía y el arte, y a atender lo que se conoce como irracional; enfatiza que hace falta abrir la razón, que “no es represión, sino diálogo con lo irracional. 72 Para él, la integración de las ciencias y las humanidades exige transformar la mente.
Acerca de esa temática existen muchos criterios, como los siguientes: es primordial luchar contra el “orgullo natural que cada uno imprime a su cultura”;73 no es posible seguir creyendo que solo la ciencia es la que da un conocimiento cierto;74 la verdad no es asunto exclusivo de los científicos, sino también de los artistas; la belleza ocupa y preocupa a ambos.75 Ideas similares muestra Martí, quien afirma que “el sentimiento es también un elemento de la ciencia”,76 y que “donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia”.77 Concibe los dos tipos de cultura en complementación, que para muchos de sus contemporáneos era imposible, y en ella percibe al ser humano en relaciones que no se dejan acorralar por fronteras artificiales.
Con respecto a ello, son cruciales las siguientes palabras, donde de igual forma se evidencia su visión unitaria e integradora, tanto como la amplitud de su mirada:
Fundar la literatura en la ciencia. Lo que no quiere decir introducir el estilo y lenguaje científicos en la literatura que es una forma de la verdad distinta de la ciencia, sino comparar, imaginar, aludir y deducir de modo que lo que se escriba permanezca, por estar en acuerdo con hechos constantes y reales. (…) Nada sugiere tanta y tan hermosa literatura como un párrafo de ciencia. Asombran las correspondencias y relaciones entre el mundo meramente natural y extrahumano y las cosas del espíritu del hombre, tanto que un axioma científico viene a ser una forma eminentemente gráfica poética de un axioma de la vida humana.78
La amplitud de la mirada de Martí es un retorno dialéctico a la armonía del pensamiento clásico; en ella resalta la apertura a la inclusión total del ser humano en la construcción del saber que no persigue especializaciones cerradas, aunque no niega las especialidades; subraya la apertura mental ante la complejidad de la vida y a atender la contingencia, la inestabilidad, la incertidumbre, y aprovecharlas.
Conclusiones
En el pensamiento de José Martí tienen una considerable presencia las tres características subjetivas siguientes: el espíritu revolucionario, la visión unitaria e integradora y la amplitud de la mirada. Entre ellas, existe una indisoluble unidad raigal, dada por un condicionamiento mutuo, todo lo cual trae como resultado que su separación solo es posible en la abstracción teórica, con una finalidad cognoscitiva y que su jerarquización sea una faena sumamente difícil que atentaría contra la esencia de dicho pensamiento.
El espíritu revolucionario de Martí propicia que aprehenda al ser humano no solo en las necesidades objetivas y su satisfacción, sino de manera creativa y con afán de arribar a niveles superiores. Estas cualidades, que fraguan su cimiento en la patria y con respecto a ella logran su esplendor, son la base donde se yergue el deber patrio como la calidad humana suprema a alcanzar y rasero de otras cualidades.
Entre la visión unitaria e integradora y la amplitud de la mirada de José Martí, aparentemente hay una contradicción, cuando en realidad hay una complementación que hace más concreta su concepción del ser humano y de este robustece la potencia transformadora y creativa, tan necesaria actualmente.
Notas
Enlace alternativo
http://publicaciones.uap.edu.ar/index.php/revistaenfoques/article/view/808 (pdf)