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La evolución social de la adolescencia, la manada y el carácter fundamental del grupo familiar en el caso de adicciones

The social evolution of adolescence, the pack and the fundamental caracter of the family group in adictions case

A evolução social da adolescência, o rebanho e o caráter fundamental do grupo familiar no caso de vícios.

William R. Daros
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina

La evolución social de la adolescencia, la manada y el carácter fundamental del grupo familiar en el caso de adicciones

Enfoques, vol. XXXIV, núm. 1, pp. 37-58, 2022

Universidad Adventista del Plata

Recepción: 13 Mayo 2021

Aprobación: 13 Julio 2021

Resumen: En este breve ensayo, se trata de exponer el hecho de la evolución de la adolescencia, actualmente enfocada en una manada atomizada de individuos inmersos en la cultura visual y multimedia que centralizan sus acciones de consumo en dispositivos de pantalla. De la cultura del libro se ha pasado a la cultura de la imagen propia. La “curación” de la adolescencia (adolecer) y del refugio en la manada implican el paso del tiempo y la maduración reflexiva que este puede traer; implican tolerar el no saber a dónde ir para adquirir el sentido de vivir en una sociabilización adecuada y con autonomía. La carencia de sentido en la vida produce aburrimiento y fastidio para quien busca placer que frecuentemente confunde con felicidad. La pérdida de la figura del varón como protector ocasiona frecuentes crisis en la estructura familiar. La falta de empleo significa la ausencia de pertenencia. Aun así, numerosos adolescentes reaccionan proponiéndose quijotescamente realizar algo grande con sus vidas. La historia está hecha de grandes personas que se hicieron a pesar de los ambientes adversos.

Palabras clave: Evolución — Adolescencia — Grupo familiar — Madurez.

Abstract: In this brief essay, the aim is to discuss the present state of adolescence, currently focused on an atomized herd of individuals immersed in the visual and multimedia culture, who centralize their consumption actions on screen devices. From the culture of the book, we have moved on to the culture of the self-image. The “healing” of adolescence (which, in Spanish, means suffering from a disease or having a defect) and the attitude of refuge in the herd imply the passage of time and the reflexive maturation that it can bring; it implies tolerating not knowing where to go in order to acquire the sense of living in an adequate sociability and with autonomy. The lack of meaning in life produces boredom and annoyance for those who seek pleasure, which they often confuse with happiness. The loss of the male figure as protector causes frequent crises in the family structure. The lack of employment means the absence of belonging. Even so, many adolescents react by quixotically setting out to do something great with their lives. History is made of great people who made it despite adverse environments.

Keywords: Evolution — Adolescence — Family group — Maturity.

Resumo: Neste breve ensaio, o objetivo é expor o estado presente da adolescência, atualmente focada em um rebanho atomizado de indivíduos imersos na cultura visual e multimídia que centralizam suas ações de consumo em dispositivos de tela. Da cultura do livro, passamos para a cultura da auto-imagem. A “cura” da adolescência (que, em espanhol, significa sofrer de uma doença ou ter um defeito) e do refúgio no rebanho implica a passagem do tempo e o amadurecimento reflexivo que isto pode trazer; implica tolerar não saber para onde ir para adquirir o sentido de viver em uma socialização adequada e autônoma. A falta de sentido na vida produz tédio e aborrecimento para aqueles que buscam o prazer que, muitas vezes, confundem com felicidade. A perda da figura masculina como protetora causa crises frequentes na estrutura familiar. Falta de emprego significa falta de pertencimento. Mesmo assim, muitos adolescentes reagem de forma quixotesca, propondo-se a fazer algo grandioso com suas vidas. A história é feita de grandes pessoas que a fizeram apesar dos ambientes adversos.

Palavras-chave: Evolução — Adolescência — Grupo familiar — Maturidade.

Introducción

El generalizado e irreversible afianzamiento de la sociedad red1 y su exponencial disponibilidad a través de terminales móviles ha convertido a la audiencia en un conjunto atomizado de individuos inmersos en la cultura visual y multimedia que centralizan sus acciones de consumo en dispositivos de pantalla y actúan a veces en manadas. Este marco propicia la hibridación de fórmulas locales e internacionales, lo que la ecología de los medios describe como una nueva forma de poner en común la visión del mundo, y que, por influencia de los cuatro gigantes tecnológicos —Apple, Amazon, Facebook y Google— conduce a la adopción de hábitos cada vez más dirigidos y homogeneizados.2

El modo de ser de las personas nunca es solamente una forma de ser personal e individual. Son las personas las que cambian, pero lo hacen en un contexto social; por siempre se es persona individual y social a la vez, y en forma interactiva. Las personas influyen sobre el individuo, y este sobre las otras personas.

El terruño, la lengua, la cosmovisión y las condiciones de vida, la historia grupal, los lazos comunitarios, la familia en sí —sus vínculos, sus roles, las funciones— se constituyen en variables que intervienen en la configuración del mundo interno del sujeto.

Los lazos afectivos primarios, los modos de expresar el afecto, la vivencia del tiempo, la vivencia del espacio-hábitat, la historia personal, la historia de la familia nuclear y la historia de la familia grande (las distintas generaciones que componen el grupo familiar), todo ello se plasma y se transmite en la cotidianeidad, junto con el quehacer que implica la supervivencia.

La organización familiar ha tenido el objeto de preservar a sus miembros, sus bienes y su cultura y preparar a los descendientes para continuar y producir ese sistema. Lo hace asignando roles y espacios y determinando valores y conductas.3

Adolescencia

La adolescencia es una etapa de la vida de los jóvenes modernos. No siempre existió la adolescencia: ella aparece con la modernidad, en la cual se requieren personas con una preparación prolongada, especializada y masiva para ingresar en el mundo laboral fabril e industrializado. Anteriormente, los hijos, desde pequeños, acompañaban a sus padres en sus tareas y así iban aprendiendo la forma laboral de sus padres.

En la modernidad, inicialmente los padres veían con orgullo que sus hijos supieran leer y escribir e, incluso, que pudieran recibir algún título académico: “Mi hijo, el ‘dotor’”. Después de un siglo se naturalizó la posibilidad de estudiar. La escuela primaria fue la prolongación de la vida familiar y la iniciación en una vida social más amplia. La escolaridad, en su nivel secundario, significó poder acceder a un conocimiento cultural general, con el cual se pudiese no solo tener los rudimentos de la lectura, la escritura y las matemáticas, sino, además, el acceso a la historia de nuestros modos de vida y de nuestro lugar geográfico en el mundo. Luego, se añadió la necesidad de preparar a los jóvenes para un trabajo profesional (las escuelas de artes y oficios, generadas por la política de Napoleón).

Pero, además de preparar a los jóvenes para el trabajo, comenzó a ser importante prepararlos para la vida política, judicial y de gobierno, para lo cual era necesario prolongar los años de estudios superiores, ya en una universidad.

No era suficiente aprender mirando, observando lo que hacían sus padres, en un ámbito rural. Ahora se requería aprender por medio de mensajes orales y escritos abstractos, en un medio urbano. Se dio una migración masiva del campo a las ciudades y un desarraigo. Fue necesaria una adaptación activa, reconocer las nuevas necesidades, las nuevas condiciones de vida y la necesidad de modificar las expectativas personales y grupales. Esto requiere, en las personas, fuerzas para superar el dolor por el abandono de lo vivido e integrar nuevas experiencias, nuevos proyectos de vida y desafíos.

Entonces la adaptación se torna más difícil: si no se tiene confianza en sí mismo, la adaptación se torna pasiva; se buscan paliativos al sufrimiento de quedar rezagado. Entonces, puede ser frecuente recurrir a atajos para lograr una imagen de sí mismo no inferior a la de los que se esfuerzan o cuentan con medios para esforzarse eficientemente.

Entre este deseo del adolescente por crecer y la tolerancia del adulto para posibilitarlo, se teje la confrontación generacional. Clásicamente, el adulto que se ubicaba en ese lugar percibía que tenía que dar sostén a la adolescencia y poner límite al mismo tiempo, para permitirla.

El adulto debía estar confiado y seguro en su posición. El adolescente, por su parte, necesitaba confrontar y al mismo tiempo ser reconocido y confirmado por el adulto. Ofrecer y dar batalla es reconocer al rival sin despreciarlo ni denigrarlo.

Actualmente, el deterioro de la sociedad que afecta, sobre todo, a las clases bajas y medias, ha jaqueado la posición de los adultos como padres a través de pérdida del trabajo, de la insuficiencia de recursos económicos y de la consiguiente ruptura de lazos familiares y sociales; pero también se da la “adolescentización” de los padres que tienden a tomar una posición de “compinches” o compañeros con sus hijos, lo que deja al hijo sin referente adulto con quien confrontar. En el otro extremo, están los padres autoritarios que someten al hijo e inhiben posibilidades de confrontación. El refugio en la manada, el gregarismo, es una tentativa de solución.

Para los adolescentes, por su parte, las posibilidades que el medio social tiene preparadas para la joven generación marca el camino que tomará su adolescencia. Diversos autores plantean la crisis de la adolescencia como un fenómeno social más que biológico. Si al adolescente le está vedado el reconocimiento de sus posibilidades de hacer y aprender a hacer más y según sus deseos, queda descalificado y sometido al poder de la sociedad adulta, o por lo menos diseñada por las generaciones previas. El adolescente se rebela con formas de crisis con mucha violencia, con las formas particulares que puede tomar en cada grupo y en cada individuo.4

Las transformaciones violentas y rápidas que sufren las personas generan una ruptura con las estructuras clásicas que sostenían los proyectos de vida, el sentido de la familia, de la escuela y del valor de la educación en general.

Los jóvenes adolescentes parecen hoy saber más que los padres adultos. ¿A quién le compete hacerse cargo de las generaciones subsiguientes? Los proyectos de vida se dan en esta vida terrenal, sin esperanzas en otra vida, por lo que todos se apresuran a vivir ciega y locamente la vida.

Poder focalizar este telón de fondo en el que vivimos es ya poder formular preguntas, aunque no siempre sean fáciles las respuestas. Los fenómenos sociales son pluricausales, complejos, interactivos. Antes de preguntarnos qué hacer, cabe preguntarnos por qué nos está pasando esto.

La modernidad trajo, en su seno, la emancipación individual, el derecho humano universal a la libertad (aunque los deberes humanos universales quedaron invisibilizados),5 la igualdad de trato ante la ley, la autonomía personal, pero también la atomización y la anonimización de las vidas. Cambió la búsqueda de la felicidad por la búsqueda del placer.

La avidez por la diferenciación, por ser uno mismo, desemboca con facilidad en la priorización del ego y la indiferencia para con los otros. El vivir el presente se hace un eterno presente: el adolescente se enseñorea de su posición y pretende eternizarla, ser siempre joven, desechar el pasado y el bagaje de historia y experiencia que lleva consigo. No interesa ni el pasado ni el fututo: todo está aquí, en mi celular o teléfono móvil, pues en él caben los libros y bibliotecas, si acaso se quisiera todavía buscarlos.

No hay historia (a Napoleón se lo puede ubicar temporalmente antes de Cristo, sin drama alguno) y se viven sin preocupación las deficiencias ajenas. No hay continuidad, sino fragmentos. La adolescencia vino, al parecer, para quedarse: nadie desea salir de ella y llegar a la vida adulta. Esta se ha convertido en una etapa caduca, ignorante de la última tecnología.

Los ancianos quieren ser oídos y trasmitir sus experiencias para evitar dolores innecesarios, pero los adolescentes no desean escuchar, sino ser vistos. Incluso, más que comunicarse, quieren mostrarse con la comunicación: Facebook, Twitter, Instagram… es preferible al correo y a la lectura que me permite detenerme y pensar reflexivamente.

Poco importa que haya otro que escuche, recepcione y se haga eco, porque más que de comunicarse, se trata de mostrarse. Se trata de decir algo, con la mayor irresponsabilidad por lo que se dice, sin objetivo ni público, sino para sí mismo ante una pantalla (selfish),6 cantando una canción en inglés que no entiende.

La avidez por determinar por sí mismo las propias elecciones, no depende de nada ni de nadie, tampoco de reglas o normas; no dar cuenta de nada: algo así como “yo soy mi propio dueño”. Determinar también el consumo: consumir todo, porque sí; consumir información, objetos, turismo, relaciones, música, publicidad, droga, imagen…7

La adolescencia que antes llegaba hasta los dieciocho o veintiún años, ahora según la Organización Panamericana de la Salud se extiende hasta los treinta años y se va convirtiendo en un fenómeno planetario, sin mucha preocupación por el futuro, sino más bien, instalada en un presente sin porvenir. La modernidad estaba obsesionada por el futuro, el orden y el progreso: la posmodernidad se ha anclado en el presente globalizado.8

Los valores —las cosas que valen— cambian. Ya se ha capitalizado desde el inicio de la modernidad (y quien capitaliza hoy lo hace en forma anónima: sociedades anónimas). Ahora se requiere tener a una población cautiva para vender masivamente y en forma continuamente renovada y descartable.

En la posmodernidad, los valores se centran en el narcisismo, la sobrevaloración de la propia imagen, la omnipotencia de la imaginación, la fragmentación y la falta de continuidad, la carencia de legitimaciones sociales válidas, lo que amplifica el desconcierto y la incertidumbre individual y colectiva.

La adolescencia (adolescere, crecer con cierto dolor) es de por sí un período de duelo por las pérdidas de la infancia a las que el adolescente se ve sometido. Se viven las vicisitudes de pérdidas en todas las áreas de relación: del cuerpo, de la familia y del medio ambiente y también del mundo interno de las identificaciones y sus configuraciones.

Resulta difícil datar el período de la adolescencia. Desde un punto de vista biológico, se considera que la adolescencia transcurre desde después de la pubertad (catorce años) hasta los diecinueve o veintiún años. Mas la adolescencia, entendida psicológicamente, puede prolongarse, como mencionamos, hasta los veinticinco y treinta años. Si socialmente comenzar a ser adulto implica amar y trabajar para poder decidir libremente sobre su vida, entonces la adolescencia, en la edad posmoderna, puede terminar al finalizarse los estudios superiores e ingresar laboralmente en la sociedad productiva, lo que suele acaecer alrededor de los veinticinco años o más.9

En la antigüedad, no existía una brecha entre la infancia y la adultez, pues desde niño se acompañaba a los mayores y se les ayudaba en lo que podían hacer. Para ingresar en el trabajo, era suficiente ver lo que los demás hacían y no se requería una titulación o especialización, cosa que comenzará a tener sentido recién en la modernidad y más aún en la posmodernidad.

En estas épocas, el trabajo de duelo por la pérdida de la condición de infante es una tarea vital ineludible durante la cual el adolescente se distancia y rechaza los objetos incestuosos del niño y renuncia a sus anteriores placeres y metas. Tales transformaciones conducen a recomponer la organización psíquica.

Junto a los sentimientos dolorosos que acompañan este duelo, aparecen manifestaciones de júbilo por los logros en el camino a la adultez y por la creciente autonomía respecto de los padres. Al abandonar los objetos incestuosos (el pecho materno, la protección cariñosa del adulto, etc.), la libido retorna al yo, se vuelve narcisista, y el adolescente aparece egocéntrico y ensimismado. Luego, lo normal es que la libido recobre carácter objetual y se vierta sobre los objetos exogámicos.

El bulling es una conducta de trastorno disocial, a veces asociada a las drogas, pero frecuentemente es pasajero y no adictivo. Los adolescentes con trastorno disocial incumplen de manera reiterada normas sociales significativas, violan los derechos de los demás y pueden llegar hasta la delincuencia juvenil. Existen dos tipos: (a) los que ejecutan sus acciones en grupo o en cuadrillas y (b) aquellos que actúan solos, de forma aislada. También se catalogan atendiendo al tipo de violencia que ejercen. Puede tratarse de una “violencia predadora” (calculada y con una finalidad) o una “violencia afectiva” (impulsiva, no programada y reactiva ante una situación). Por tanto, unos actúan con un propósito y una intencionalidad y otros se vuelven violentos impulsivamente ante una presunta “provocación” o una frustración que no saben encauzar de forma socialmente adecuada. En no pocos casos, los adolescentes ven una provocación a su libido en las adolescentes cuando estas visten en forma para ellos provocadoras, sin que en las adolescentes tenga esta expresa intención. La adolescente desea mostrarse y en ellos siente placer. El adolescente desea la posesión.

Según Winnicott10 y Míguez, la adolescencia es un período de descubrimiento personal, en el que cada individuo participa en forma comprometida en una experiencia de vida, un problema concerniente al hecho de existir y al establecimiento de una identidad.

El modo en que el niño o la niña afrontan los cambios puberales y las angustias que ellos generan se basa en una pauta organizada en su temprana infancia. Ciertas características individuales derivan de las experiencias vividas, de los éxitos y fracasos del manejo de los sentimientos propios en los dos primeros años de vida, del ambiente en que se desarrolló. Los adolescentes que se desarrollaron en un hogar donde existía el interés continuado de los padres y de la organización familiar más amplia, en un ambiente facilitador, llegan a la adolescencia equipados con una forma personal para habérselas con nuevos sentimientos, tolerar la frustración de los propios deseos, de la desazón y de rechazar o apartar de sí las situaciones que les provoquen angustia.

Si bien en el proceso de maduración el adolescente necesita confrontar con sus padres, enfrentar el desafío de crecer y de pensar diferente, a su vez, precisa de la contención familiar que debe ser ejercida sin represalia ni venganza. Cuando los padres abdican de este deber, hay mayor probabilidad de que el adolescente pierda toda actividad imaginativa, el pensamiento creador y la libertad para formular planes para una nueva vida.

Algunos adolescentes pasan por una fase de desaliento malhumorado, durante la cual se sienten fútiles. Entonces corren el riesgo de dejar los estudios, de tirarse en la cama, de tener períodos de animación repentina con abuso de alcohol u otras substancias, sexo sin cuidado, ideas suicidas, etcétera.

Si el muchacho o la chica sale de esta fase de desaliento malhumorado, es capaz de identificarse con sus progenitores y con la sociedad sin temor a desaparecer como individuo. Llega a ser alguien en su imaginario. En este período, es de gran ayuda para los adolescentes encontrarse con grandes ideales, en forma directa, vividos por personalidades, o al menos mediante la lectura o las imágenes de grandes personas y la elaboración propia. Al leer sobre la vida de grandes personas, el adolescente tiene una forma reflexiva de encausar su vida. Si solo ve películas acerca de ellas, el efecto que causan los grandes héroes dura muy poco. Compartir la vida con grandes personas genera grandes personas.

Se debe recordar que el adolescente es un ser aislado que tiene que encontrar su lugar en el mundo, al menos con un proyecto de vida, para lo que ayuda mucho tener grandes ejemplos. Aun cuando se lanza hacia algo que puede llevarlo a una relación personal, lo hace desde una posición de aislamiento, de previa ausencia de proyectos. Las relaciones individuales lo van llevando, con el tiempo y los ejemplos, hacia la sociabilización.

Los grupos de adolescentes de menor edad son aglomeraciones de individuos aislados que intentan formar un conjunto mediante la adopción de ideas, ideales, modos de vestir y estilos de vida mutuos, como si pudieran agruparse a causa de sus preocupaciones e intereses recíprocos. Constituyen un grupo si son atacados como tal, pero cuando cesa la persecución, la agrupación reactiva desaparece. No es satisfactoria porque carece de dinámica interna.

A pesar de que los pares o el grupo, la manada, reemplazan rápidamente a la familia como centro de la socialización y las actividades de ocio, esta juega un papel no solo importante, sino esencial, como socializador primario, gracias al cual se adquieren creencias y actitudes a través del modelamiento y el reforzamiento o castigo de conductas, pensamientos, actitudes y conocimientos.11

El robo, la tentativa de suicidio o la depresión de un adolescente modifica la dinámica de todo un grupo; pero el grupo modifica la conducta de los individuos. Sobre todo, cuando encontramos adolescentes sin una personalidad, sin valores y metas definidas, los aspectos de una conducta racional esperable disminuyen y, como dice Gustave Le Bon, la estupidez se acumula.

En la mente colectiva, las aptitudes intelectuales de los individuos se debilitan y, por consiguiente, se debilita también su individualidad. Lo heterogéneo es desplazado por lo homogéneo y las cualidades inconscientes obtienen el predominio.

El simple hecho de que las masas posean en común cualidades ordinarias explica por qué nunca pueden ejecutar actos que demandan un alto nivel de inteligencia. Las decisiones relativas a cuestiones de interés general son puestas ante una asamblea de personas distinguidas, pero estos especialistas en diferentes aspectos de la vida resultan ser incapaces de tomar decisiones superiores a las que hubiera tomado un montón de imbéciles. La verdad es que solo pueden poner a disposición del trabajo en común aquellas cualidades mediocres que le corresponden por derecho de nacimiento a todo individuo promedio. En la masa es la estupidez y no la perspicacia lo que se acumula.12

Mas esto debe ser matizado, pues no hay una sola adolescencia, sino que cada generación de adolescentes tiene matices propios.

El mejoramiento del individuo y de la sociedad deben ser simultáneos

¿Cuál es la solución a la violencia? No hay solución alguna, salvo el tiempo y la reflexión. Se requiere que cada adolescente de uno u otro sexo crezca y madure, con el tiempo, hasta que se haga adulto y comprenda que la violencia es la conducta de los animales. La madurez, como lo constatamos en las frutas, no es solo una cuestión de tiempo, sino de reestructuración interna por la cual los ácidos se convierten en azúcares. No se pasa de la niñez a la adultez por el solo hecho de que pasan los años: se requiere una irremplazable elaboración y reelaboración personal e interna de lo que cada uno es y desea ser, y aquí los ejemplos son indispensables e irremplazables.

Existen, sin embargo, factores favorables. Hay más esperanzas en la mayoría de los adolescentes cuando tienen capacidad para tolerar su propia posición de no saber hacia dónde ir.

Ellos adquirirán el sentido de existir mientras realizan actividades. Para que esto suceda, es preciso que el proceso de socialización se haya desarrollado suficientemente bien durante la niñez.

La tarea permanente de la sociedad, con respecto a los jóvenes, es sostenerlos y contenerlos, sin esa indignación moral nacida de la envidia del vigor y la frescura juvenil. La curación de la adolescencia es el paso del tiempo y la maduración reflexiva que este puede traer. Es la tolerancia a no saber dónde ir, es la adquisición del sentido de vivir, la sociabilización adecuada y la autonomía.

La carencia de sentido en la vida produce aburrimiento y fastidio para quien busca placer, que frecuentemente confunde con felicidad. Lo que podemos hacer con facilidad no nos proporciona ya el sentido del poder. Es la habilidad recientemente adquirida o el dominio de algo en que vacilábamos lo que nos hace gustar la emoción del éxito. Por esto, la voluntad de poder es tan inconmensurablemente adaptable según el tipo de habilidad que se practique.

La construcción y la destrucción satisfacen el consuno de la voluntad de poder, pero la construcción es, por regla general, más difícil y, por lo tanto, da mayor satisfacción a quien la emprende. Mas cuando no se puede construir, destruir satisface esta voluntad grupal. Como la destrucción es más fácil, los juegos infantiles comienzan con ella, y solo pasan a ser constructivos más adelante. Un niño que juega en la playa con un cubo quiere que las personas mayores le hagan pasteles de arena para deshacerlos con su paleta. Pero tan pronto como puede hacer budines de arena por sí mismo, le encanta su trabajo y no permite que nadie lo deshaga.13El placer no se ha conciliado aún con la felicidad, por esto también, se es más vulnerable a las adicciones.


La violencia innecesaria, tanto física como psíquica, es un factor que incide en forma significativa en la salud de niños y adolescentes. Las distintas formas que adquiere (negligencia, abandono, maltrato físico o emocional, violencia sexual, chicos en situación de calle, mendicidad, explotación en el trabajo, alcohol, drogas, enfermedades de transmisión sexual) responden a los diferentes ámbitos donde transcurre la vida del niño y del adolescente.

La falta de expectativas no posibilita la generación de un proyecto de vida personal que dé sentido a las actividades de los adolescentes. Muchos de los padres de los jóvenes actuales no han logrado una trayectoria laboral que conduzca a algún tipo de progreso económico. Y los hijos no pueden reconocer en sus padres el modelo de dignidad personal y progreso social que conocieron sus abuelos.

Como en su mayoría, las familias de sectores de bajos ingresos adhieren culturalmente al modelo patriarcal. La pérdida de la figura del varón como protector ocasiona frecuentes crisis en su estructura. La falta de empleo significa la ausencia de pertenencia, la muerte social. Se disuelven los lazos familiares y aumentan los hogares encabezados por madres solas. Pero, aun así, numerosos adolescentes reaccionan proponiéndose quijotescamente realizar algo grande con sus vidas, precisamente porque sus padres no lo pudieron hacer. La potencialidad de los jóvenes es incalculable y no se debe desesperar. La historia está hecha de grandes personas que se hicieron a pesar de los ambientes adversos. Para estas, la adversidad es un estímulo.

La verdad es tan importante como la imaginación, pero la imaginación se desarrolla antes en la historia del individuo. Una vez satisfechas sus necesidades físicas, le interesa al niño el juego mucho más que la realidad. La ilusión del poder los divierte. Sería, sin embargo, excesivamente ingenuo suponer que el afán de poder es el único motivo de los juegos infantiles.

Por otra parte, también es cierto que en tanto se instala en el país un mayor consumismo y, entre los jóvenes, especialmente, como una forma de posicionarse en relación con la sociedad, en no pocos de ellos, es durante el transcurrir de este proceso de desequilibrio cuando surgen los “pibes chorros” o ladrones.

La imposibilidad de insertarse en el mercado de trabajo y la falta de expectativas hace que los jóvenes tengan cierta tendencia a incurrir en la ilegalidad o a alternar entre la ilegalidad y el empleo legal. Todo lo que se hace y se vuelve placentero genera las bases para el surgimiento de una adicción. La adicción nace de las acciones placenteras repetidas o reiteradas imaginativamente.

Es importante generar, desde muy pequeños, el placer de vivir que surge del esfuerzo altruista. Lamentablemente, la violencia interpersonal y la conducta violenta de carácter reiterativo, de generación en generación, están sumamente influidas por determinantes macrosociales, como el desempleo, la inequidad en los ingresos, la falta de accesibilidad a la educación, los grandes cambios socioculturales y de valores, manejados por los hilos de un capitalismo salvaje que hace desechable al veinticinco por ciento de la humanidad.

La complejidad de la violencia y sus consecuencias físicas y psicológicas, sus correlatos sociales, políticos y económicos requieren la comprensión y el compromiso de mucha gente. Ninguna disciplina tiene la solución para las causas o para las consecuencias de la violencia, sin embargo, cada disciplina contribuye a su comprensión.

Las políticas del gobierno contra el desempleo son importantes estructuralmente para combatir el delito. Las políticas específicas del sector seguridad, que tanto reclama la opinión pública, solo pueden tener un efecto relativo.

Los comportamientos de riesgo de los jóvenes, en la actualidad, no pueden disociarse de la crisis prolongada que se vive en las sociedades emergentes. La dificultad propia del niño o del adolescente al ingreso en la edad adulta, la distancia cultural entre generaciones en aumento, la confusión en los referentes de sentido y de valores de nuestra sociedad y un futuro son fuentes de dudas y de preocupación para jóvenes y padres. A la dificultad propia del niño o del adolescente para el ingreso en la edad adulta, se suma la confusión en los referentes de sentido y de valores de nuestra sociedad y las incertidumbres futuras (desempleo, inestabilidad laboral, cambio acelerado de valores, etc.).

Sin embargo, hasta las conductas de riesgo pueden tener una valoración positiva, ya que, muchas veces, son intentos dolorosos de insertarse en el mundo. Lo esencial es prevenirlas, y esto se dificulta si no existe diálogo, un diálogo que permita construir el sentido de la vida, de pertenencia, que dignifica.

La adicción atrapa a las personas. Las adicciones a algunas conductas suelen ser placenteras de forma natural. Al actuar las adicciones sobre los circuitos neurales que participan en esas actividades naturales placenteras es como si “secuestraran” y pusieran a su servicio esos circuitos cerebrales. Mientras afectan a esas redes neuronales naturales, las conductas adictivas y las drogas van cambiando el cerebro de una forma muy sutil hasta que llega un momento en que el cerebro queda “marcado”, sensibilizado, por las drogas o por la reiteración de acciones placenteras.

En realidad, estrictamente hablando, tras el consumo continuado de drogas, el cerebro de las personas ya nunca es igual en lo que se refiere a su relación con las drogas. En cierto modo, aunque la persona esté deshabituada, su cerebro sigue sensibilizado de forma permanente. Esa marca, esa sensibilización, es la que hace vulnerable al sujeto para el consumo de drogas tras una abstinencia prolongada y provoca recaídas, ya sea por el consumo de pequeñas dosis de droga, por la presencia de estímulos ambientales y psicosociales asociados al consumo previo de drogas o, simplemente, por recuerdos asociados al consumo de drogas. Esto explica también que las personas adictas ya no sean nunca más libres de tomar decisiones respecto a ciertas conductas (jugar, trabajar en forma adictiva), a consumir o no esas sustancias: son las conductas y las drogas las que controlan su comportamiento y no las propias personas.

Aunque una persona se mantenga abstinente durante muchos años, no debe olvidar que es potencialmente más vulnerable que otra previamente no adicta, debido a la susceptibilidad permanente que queda en su sistema nervioso central.14

El carácter fundamental del grupo familiar para el surgimiento de una persona socializada y para la prevención de adicciones

Si las familias (en sus diferentes formas de constituirse) están ausentes, la sociedad tendrá graves problemas para la preparación de los futuros ciudadanos. La familia en la sociedad es base para toda la sociedad y es la matriz sobre la que se construye la personalidad del individuo. Dependerá del modo y del tipo de funcionamiento de la familia el grado de civilidad que marque al futuro ciudadano civil.

Es de vital importancia la calidad del vínculo entre los padres, y ese vínculo, secundariamente, influirá y marcará definitivamente el devenir de la estructuración psíquica del bebé, del niño y del adolescente. Si la familia está ausente, entonces se refugiará en la manada.

Un aspecto fundamental que deben evaluar los clínicos es el referido al grado de salud mental de los padres, ya que la posibilidad de poder vivir, crecer y desarrollarse adecuadamente dependerá de la capacidad de la pareja para crear y sostener en el tiempo un ambiente favorable y suficientemente bueno para sus hijos, como también, formando parte de ese ambiente, la elección de buenos colegios y mejores profesores o maestros, ya que ellos serán compañeros de ruta, encargados de orientar, guiar y educar a esos niños y adolescentes durante un período muy largo de sus vidas.

Winnicott15 sostiene que la familia es un elemento circunscripto de una sociedad, orientada a la tarea de hacerse cargo de la llegada de un nuevo individuo. En un extremo, tenemos al padre, la madre y el hijo, y, en el otro, recordamos las familias descriptas en los escritos antropológicos, donde los padres están integrados a la estructura social a tal punto que es como si los tíos, los abuelos y los docentes fueran más importantes que el padre y la madre efectivos.

La idea de la familia (que puede tomar diversas formas culturales) se sustenta en el reconocimiento de que el niño pequeño tiene, en sus inicios, la necesidad de una versión simplificada de la sociedad que puede usar para su reconocimiento emocional básico, hasta que el desarrollo genere en él una capacidad para interactuar en un círculo más amplio de personas.

Podría definirse la madurez como el crecimiento de la persona en relación con la sociedad, un crecimiento apropiado a la edad del niño y adolescente que da por resultado, a largo tiempo, su capacidad de asumir valores sociales sin sacrificar su capacidad crítica individual.

Cabe señalar que la madurez no nos lleva fácilmente a todos a ser ciudadanos del mundo. Se advierte que la madurez no suele llegar antes de haber dejado atrás la adolescencia y de haber comenzado a pensar en crear una familia, por supuesto con la colaboración de la pareja. Es fundamental estudiar a la familia en las diferentes etapas del crecimiento, en la edad preescolar, en el período de latencia que se mezcla con la pubertad, en la pubertad propiamente dicha y, finalmente, en la adolescencia temprana y tardía.16

Al inicio de la adolescencia, la ejecución en tareas de resolución de problemas y comprobación de hipótesis no es, todavía, equiparable a la del adulto. Tampoco planifican estratégicamente una conducta como lo hace un adulto. La fluidez verbal y no verbal también parece ser una función tardía, que no completa su desarrollo hasta, aproximadamente, los quince años. Durante la adolescencia, continúa mejorando la velocidad de procesamiento, el uso de estrategias y el control inhibitorio; todas estas capacidades están relacionadas con circuitos cerebrales ampliamente distribuidos. Asimismo, los circuitos encargados de la autorregulación todavía están madurando. Este hecho, unido a la necesidad que tienen los adolescentes de vivir nuevas experiencias, hace que, a menudo, tomen decisiones erróneas y encuentren dificultad para controlar sus impulsos.

Los adolescentes que tienen una red social adecuada y una familia estructurada presentan un menor número de problemas de conducta y de conductas de riesgo. Por lo tanto, parece que, de nuevo, el desarrollo junto con el entorno puede estar en la base de los cambios en el humor y el comportamiento que aparecen en la adolescencia.17

El adolescente realiza una serie de duelos fundamentales:

  1. 1. Duelo por el cuerpo infantil perdido. El adolescente experimenta el proceso de cambio somático como algo externo que lo invade y ante lo cual permanece como un espectador impotente.
  2. 2. El duelo por la pérdida del rol y la identidad infantil. El proceso adolescente lo obliga a renunciar a la dependencia y le impone la aceptación de nuevas responsabilidades. Por lo cual, en muchas ocasiones, siente que debe esforzarse para sostener las exigencias provenientes del medio ambiente y, también, desde su interior, como aspiraciones del superyó.
  3. 3. El duelo por la pérdida de los padres de la infancia. Ante el crecimiento del hijo, es común que los padres tiendan a adoptar una actitud de distanciamiento y, en algunos casos, hasta de rechazo. A la vez, el adolescente, justamente por las vicisitudes del complejo de Edipo, por un lado, tiende a buscar amparo en sus padres y, a la vez, tiende a rechazarlos y cae la idealización de ellos. En el anonimato de la manada encuentra entonces cierto sentido momentáneo.
  4. 4. El duelo por la bisexualidad perdida. Con anterioridad a la etapa fálica, el niño tendía a expresar libremente la constitución bisexual humana. En la adolescencia, lo habitual es que se reprima uno de los dos polos de la sexualidad, y el sujeto muestre una identidad homo- o heterosexual. En el caso de que la figura paterna esté ausente realmente (o simbólicamente como cuando no es él quien toma ciertas decisiones típicamente masculinas en una sociedad), ese niño se identificará frecuentemente con el rol más cómodo de la madre, y generará luego una conducta homosexual al sentir que vive una sexualidad pasiva.

Los cambios corporales que se producen durante este período se proyectan en los cambios de la imagen que el sujeto tiene de su propio cuerpo. También aquí puede darse la obsesión y la adicción a la perfección del propio cuerpo.

Las sucesivas representaciones psíquicas de las imágenes correspondientes a cada momento de este desarrollo hacen que el sujeto vaya construyendo un nuevo esquema corporal. La representación psíquica del cuerpo se modifica a partir de la percepción de nuevas sensaciones intero- y exteroceptivas, relacionadas con las nuevas funciones de los órganos genitales, con el nuevo tamaño de su cuerpo, con la mayor capacidad motora y de fuerza, con el desarrollo intelectual, etcétera. Todo esto está influido por la distinta mirada de los otros y por el desarrollo de la propia fantasía en torno a este proceso. Este es un logro personal: cada uno organiza su yo y el proceso educativo de convivencia con los demás resulta ser un factor importante en la organización social de las personas. Las que no tienen una escolaridad prolongada y sostenida organizarán su yo bajo el dominio predominante de la fuerza física.

Las personas adictas a tratamientos e intervenciones de estética pasan la mayor parte del tiempo disponible acudiendo o consultando clínicas de estética, leyendo o comprando todo tipo de productos para mantenerse jóvenes. No pueden soportar la más mínima arruga, “michelín” (obesidad androide) o flacidez en su cuerpo.

Si bien es cierto que casi todos nos cuidamos para mantener una buena apariencia y para tener salud, es importante que nos demos cuenta de que hay límites que pueden convertir el cuidado de nuestra imagen en una obsesión que, en algunos casos, como ya hemos comentado, deriva en un problema adictivo. Es importante que los tratamientos e intervenciones de estética no sean el único eje central de nuestras vidas y que aprendamos a valorarnos a nosotros mismos y a los demás, no solo por la apariencia física, sino por otras muchas cualidades (honestidad, responsabilidad, solidaridad, esfuerzo…). Buscar satisfacción en otras actividades (leer, pasear, conversar con amigos) son actividades necesarias que contribuyen a mejorar nuestra autoestima y hacen que no dependamos exclusivamente de nuestra imagen para sentirnos felices.

Conclusión

Cabe tener presente que para aliviar el proceso de adicción a la propia imagen no son suficientes el conocimiento y la sola reflexión sobre ese proceso. Se requiere además tener muy presente el factor emocional para intentar revertir el proceso.

Podemos plantear algunas reflexiones de indudable interés para un acercamiento más adecuado al estudio de la motivación en los adictos: hay individuos que pueden razonar adecuadamente y, sin embargo, sus emociones no acompañan al razonamiento. Cuando existe un deterioro en esta necesaria integración entre pensamiento y emoción, ocurre que el dominio personal y social es el más afectado. Existe una relación íntima entre razonamiento (cerebro) y emoción (cuerpo), ya que el organismo constituido por la asociación cerebro-cuerpo interactúa con el ambiente como un todo. Esta hipótesis resulta muy sugerente para explicar las conductas adictivas por varios aspectos.

El primero de ellos hace referencia al papel que puede jugar la falta de actividad en el lóbulo frontal que ha sido encontrada en adictos en la falta de voluntad exhibida por estos sujetos. En segundo lugar, explicaría el escaso efecto que tiene la intervención cognitiva para lograr este objetivo, ya que no basta que un sujeto sepa que algo no es adecuado, sino que necesita además sentirlo (igual que siento asco cuando huelo algo putrefacto, necesito sentir miedo cuando me imagino las consecuencias de la conducta adictiva). En tercer lugar, podemos establecer relaciones más sólidas entre la relación cerebro-mente. En cuarto lugar, debe plantearnos la búsqueda de estrategias terapéuticas que tengan en cuenta las emociones para que se produzca un cambio estable en el individuo.

La convivencia y la cercanía de la familia con el usuario disminuyen el riesgo de que un sujeto se refugie en las drogas o en la búsqueda de placer desenfrenado. Si la situación familiar es difícil o simplemente aburrida, el adolescente se refugia en la manada, en la cual es capaz de agredir a cualquiera sin un motivo racional y justo.

La capacidad de autocuidado, por dar un ejemplo, es desarrollada a partir de los cuidados y la protección prodigados por los padres desde la temprana infancia y, posteriormente, a través de las interacciones entre el niño y sus padres. Debido a la falta de esta internalización, el sujeto no puede regular la autoestima o las relaciones ni cuidar de sí mismo. El énfasis en la intolerancia a los afectos se relaciona con fallas tempranas en el desarrollo. La hipótesis de la automedicación se confirma por el relato de los pacientes y por cómo responden a los estados afectivos intolerables vía consumo de psicotrópicos.

De hecho, los trastornos afectivos son también una consecuencia, no solo precursores de adicción, al igual que la conocida relación causal recíproca entre los trastornos de ansiedad que llevan a la adicción y viceversa, que converge en que el abusador/adicto con vulnerabilidad narcisista tienda a sentirse abrumado por experiencias de impotencia e indefensión. La conducta adictiva busca pretendidamente “restaurar” un sentimiento de potencia contra la vivencia apabullante.18

Referencias

1 Manuel Castells, “El poder en la sociedad red”, Comunicación y poder (España: Alianza, 2010).

2 Luis Miguel y Pedrero-Esteban, “Adolescentes, smartphones y consumo de audio digital en la era de Spotify”, Comunicar 60, n.o 1 (2019): 237-274.

3 Cf. Teresa Osojnik, “La continuidad de la vida”, Prevención de adicciones (Buenos Aires: Pro-Ciencia CONICET, 1995).

4 Carlos Iván García Suárez y Doris Amparo Parada Rico, “‘Construcción de adolescencia’: una concepción histórica y social inserta en las políticas públicas”, Universitas Humanística 85 (2018), http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=79157276013.

5 Cf. William R. Daros, “La invisibilidad de los deberes humanos universales”, Enfoques 25, n.o 2 (2013): 9-31.

6 Cf. Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La pantalla global: cultura mediática y cine en la era hipermoderna (Barcelona: Anagrama, 2009). María José Fernández-Serrano, Laura Moreno-López, Miguel Pérez-García y Antonio Verdejo-García, “Inteligencia emocional en individuos dependientes de cocaína”, Trastornos Adictivos 14, n.o 1 (2012): 27-33.

7 Osojnik, “La continuidad de la vida”, 25.

8 Piera Castoriadis-Aulagnier. La violencia de la interpretación: el estado de encuentro y el concepto de violencia (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2019).

9 Miguel Carbonero et al., European Journal of Education and Psychology 3, n.º 2 (2010): 287-298.

10 Cf. Donald W. Winnicott, “Enfoque clínico de los problemas familiares: la familia”, parte 3, cap. 7, Acerca de los niños (Buenos Aires: Paidós, 2017); Donald W. Winnicott, Deprivación y delincuencia (Buenos Aires: Paidós, 2019); Daniel Míguez, Los pibes chorros: estigma y marginación (Buenos Aires: Editorial Capital Intelectual, 2014).

11 Román Tarapués y Estefanía Diana, “Influencia del tipo de vínculo afectivo materno y paterno, en la conducta agresiva de los adolescentes”, http://www.dspace.uce.edu.ec/bitstream/25000/7588/1/T-UCE-0007-283c.pdf; Nathalie Vargas, Carol Castellanos y Ana María Villamil, “Resistencia a la presión de grupo”, Boletín Electrónico de Salud Escolar 1, n.o 1 (2015), http://www.tipica.org/media/system/articulos/vol1N1/12_e_resistencia_a_la_presion_de_grupo.pdf.

12 Gustave Le Bon, Psicología de las masas (Biblioteca digital en línea, 1895), https://libroweb.wordpress.com/2007/10/12/gustave-le-bon-psicologia-de-las-masas-lebon/.

13 Bertrand Russel, Sobre la educación (Epub, junio de 2013), 38.

14 Eduardo J. Pedrero Pérez, Neurociencia y adicción (Madrid: Sociedad Española de Toxicomanías, 2019), 29.

15 Winnicott, “Enfoque clínico de los problemas familiares”, 1959, http://www.psicopsi.com/Enfoque_clinico_de_los_problemas_familiares_la_familia_1959-asp/ .

16 Cf. Hugo Antonio Arroyo et. al., Salud y bienestar de adolescentes y jóvenes: una mirada integral. Comp. por Diana Pasqualini y Alfredo Llorens (Buenos Aires: Organización Panamericana de la Salud, 2010), 70-71.

17 Cf. Eduardo J. Pérez, Neurociencia y adicción (Madrid: Sociedad Española de Toxicomanías, 2019), 50.

18 Cf. Consuelo Tomás Benloch, “Me estoy obsesionando con mi imagen. ¿Dónde están los límites?”, Instituto Valenciano de Ludopatía y Adicciones no Tóxicas (2018), http://adiccionesvalencia.es/me-estoy-obsesionando-con-mi-imagen-donde-estan-los-limites/.

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