Recensiones bibliográficas

Nuevo des-orden mundial, posmodernidad, hipermodernidad y fin de la historia. 2.ª ed. revisada. Libertador San Martín: Editorial Universidad Adventista del Plata. 2021. ISBN 978-987-765-059-4

Cristian Capalbo
Universidad Adventista del Plata, Argentina

DavarLogos

Universidad Adventista del Plata, Argentina

ISSN: 1666-7832

ISSN-e: 1853-9106

Periodicidad: Semestral

vol. XXI, núm. 2, 2022

davarlogos@uap.edu.ar



DOI: https://doi.org/10.56487/dl.v21i2.1038

Juan Carlos Priora es licenciado en Historia y doctor en Humanidades y Educación. Entre su vasta trayectoria profesional se destacan la docencia, gestión educativa y autoría de más de 16 libros, 30 artículos científicos y 150 artículos de divulgación.

En su presente obra, Nuevo des-orden mundial, posmodernidad, hipermodernidad y fin de la historia, se describen detalladamente las diferentes teorías que, en la filosofía de la historia, se han ido sucediendo al tratar de comprender el propósito del ser humano y su devenir futuro, y se hace especial énfasis en el nuevo orden mundial y los paradigmas históricos que lo conforman.

Priora decide dividir este análisis histórico en cuatro partes. En la primera parte, se circunscribe al concepto del nuevo orden mundial, o nuevo orden internacional, desde sus albores en la finalización de la guerra fría hasta el polémico “fin de la historia”1 propuesto por Francis Fukuyama. La segunda parte se centra en la posmodernidad, la analiza como una respuesta y continuación de los proyectos inconclusos de la modernidad y desmenuza las consecuencias de esta sobre diversas áreas de la cultura y la sociedad. La hipermodernidad es protagonista de la tercera parte del libro, en ella se describe el agotamiento y fracaso del concepto posmoderno y las reacciones pendulares de la humanidad al ser “vaciada” de la verdad por el posmodernismo. En la cuarta parte se nos hablará acerca del fin de la historia desde las perspectivas filosóficas y escatológicas, con un énfasis especial en la propuesta de la profecía bíblica.

El concepto de nuevo orden mundial fue presentado en 1990 por George Bush (padre), presidente de los EE.UU., en el contexto del fin de la guerra fría. El final del poder polarizado entre las grandes potencias orientales y occidentales dio inicio a una nueva etapa con ciertas características fundamentales: la democracia capitalista como modelo económico imperante, la multilateralidad en el poder, el surgimiento de una “aldea global”, un poder económico internacional “equilibrado”, el respeto por las fronteras existentes, el desaliento de la fabricación de nuevas armas de destrucción masiva y la ausencia de un futuro ideal con un liderazgo absoluto.

Si bien estos fueron los planteos iniciales de este nuevo orden mundial, con el correr de las décadas hemos podido observar cómo muchos de ellos no solo no se han cumplido, sino que encuentran severos retrocesos en algunos aspectos. Por ejemplo, aunque Estados Unidos se ha afianzado como un referente de potencia mundial, su economía presenta cada día mayores dificultades. El capitalismo, quien fuera presentado por el nuevo orden mundial como el sistema que ordenaría y generaría riquezas hasta ese momento inimaginables, tampoco ha logrado cumplir sus intenciones porque, si bien las naciones capitalistas han generado grandes riquezas, la desigualdad en la distribución de esos recursos se hace cada vez más evidente. La debilidad de las democracias capitalistas se extiende cada vez más a lo largo y ancho del planeta, como podemos vislumbrar, de primera mano, en los gobiernos democráticos latinoamericanos de la actualidad.

Es destacable el tratamiento que le da el autor a las intenciones de Rusia de volver a tener un lugar de privilegio y poder en la política internacional. Hace especial mención a la figura de Vladimir Putin y su deseo oculto de restaurar la otrora potente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El desarrollo actual de los acontecimientos en la invasión de Rusia a Ucrania da fe de esto y demuestra que la percepción de Priora sobre el resquebrajamiento del nuevo orden mundial es más que acertada.

Es en este mismo contexto en el que Francis Fukuyama presenta su propuesta de “democracia capitalista”, la consecuencia lógica de los fracasos de los autoritarismos de derecha e izquierda. Según él, este modelo reinaría en todo el mundo y, al no haber más conflictos, llegaríamos al “fin de la historia”, un mundo globalizado y con objetivos en común donde las democracias liberales serían la regla. Ante esto, Priora presenta algunas objeciones:

  1. 1. Fukuyama toma su idea de historia universal de Hegel, pero plasmada a través de su discípulo Alexander Kojéve. De esta manera, termina presentando solamente soluciones de índole inmanente sin llegar a lo verdaderamente trascendente.
  2. 2. Sus conclusiones se basan en una visión antropológica platónica, signada por el dualismo.
  3. 3. Se equivoca al relacionar el estado democrático liberal moderno con la realización del ideal cristiano de libertad e igualdad humana, cuando en verdad su origen se remonta a la Revolución francesa y la consiguiente secularización de la historia.

Por estos y otros motivos —como el terrorismo islámico, el cambio climático, el resurgimiento de individualismos dentro de las naciones europeas (brexit, por ejemplo), la siempre latente ansia de poder político y económico de China, etc.— es que Priora asegura que estamos marchando hacia un nuevo des-orden mundial.

La segunda parte del presente libro fue escrita por la Prof. Delia María Schimpf de Fonseca. En ella se presenta a la posmodernidad no como una filosofía, sino más bien como la respuesta al aparente agotamiento de los planteos de la modernidad. En líneas generales, estos planteos son: la exaltación de la razón iluminada, el control y dominio de la realidad y la autonomía del individuo.

El modernismo planteó un futuro ideal, con unidad, centrado en la razón, con acceso al conocimiento a través del método científico y, según Kant, con individuos totalmente libres que podrían establecer sus propias normas morales. Podríamos contrastar al hombre moderno que creía en un mundo mejor con el hombre posmoderno que ya no cree, pues sus objetos de fe han desaparecido. El hombre posmoderno ya no cree ni en la razón, ni en el progreso, ni en las instituciones, ni en la política. Lo único que asevera es la absoluta falta de certezas. Tanto Nietzsche, Marx, Freud como Heidegger presentan desde sus respectivas áreas de interés el derrumbe del optimismo modernista y el establecimiento de una nueva era de duda y descreimiento.

La posmodernidad, como tal, impacta sobre varios aspectos de la cultura: las artes, la ciencia, la ética, lo socioeconómico, la política y el estilo de vida. Merece una mención especial la explicación que da la autora sobre la influencia posmoderna y la educación en Argentina, que pasó por varias etapas, a saber: 1) la preparación de solo un público pequeño y privilegiado para estudios universitarios; 2) la obligatoriedad y democratización de la educación, enfatizando la formación profesional; 3) el enciclopedismo y la acumulación de conocimiento; 4) la producción del saber, enseñar a ser y hacer, y 5) la educación permanente. Según Delia Schimpf, la verdadera crisis de la educación en la actualidad se debe a que todavía no se ha definido un modelo educativo en la posmodernidad y aún se mantiene el modelo moderno, pero con paradigmas posmodernos, lo cual lleva a la escuela y a los medios de comunicación, televisivos, etc., a hablar en dos idiomas completamente diferentes.

En cuanto a lo religioso y lo ético, Schimpf presenta que la posmodernidad ha ejercido un daño muy grande al partir de la base modernista de “Dios no es necesario” o “Dios está muerto” y llevarlo a la indiferencia de “Dios está ausente”. En el mundo posmoderno abunda la indiferencia agnóstica, el hombre ya no se preocupa por la existencia o no de un ser superior, sino que centra su existencia en un hedonismo generalizado. Incluso en el mundo religioso estas ideas han llegado a tal punto que se presenta un credo religioso “a la carta”, ya no es Dios el que transforma a las personas, sino que las personas adaptan a Dios a su preferencia. En este contexto, se produce un marcado sincretismo entre el cristianismo tradicional y otros tipos de espiritualismos neopanteístas.

Finalmente, la autora presenta aspectos positivos de la posmodernidad, como, por ejemplo, que inició una etapa de mayor cuidado del cuerpo, planteó los límites de la razón humana y la ciencia, fomentó la participación social, entre otras. Lamentablemente, esto se ve opacado por los aspectos negativos, que son más impactantes. En primer lugar, se destaca la vocación necrófila del posmodernismo, su necesidad de “matar” a Dios, la metafísica, la historia, y, por consiguiente, al mismo ser humano. Al destruir el concepto de Dios, el hombre posmoderno intentó reemplazarlo con el individualismo, pero las consecuencias de este vacío fundamental en la sociedad saltan a la vista. El resultado final es un escepticismo generalizado que le impide al hombre vivir, pensar y buscar un porvenir.

La hipermodernidad es el paradigma que absorbe a la posmodernidad y se extiende desde 1990 hasta la primera década del siglo xxi. Mientras que algunos filósofos como Feinmann y Vattimo aseguran que “la posmodernidad ha muerto”, otros hablan de una transición o evolución del posmodernismo a una “sobremodernidad”.

La sociedad hipermoderna se caracteriza por la búsqueda de autonomía de los individuos, pero, al mismo tiempo y de forma algo contradictoria, por el intento de resocializar en redes complejas y virtuales. En esta etapa se vuelve a dar un énfasis a la reflexión apoyada en la ciencia y despreciando las tradiciones. Se vive también una mercantilización generalizada en todas las prácticas sociales. En pocas palabras, la sociedad hipermoderna se caracteriza por los excesos y adicciones de todo tipo, desde la ingesta de alimentos ultraprocesados hasta el uso de internet y redes sociales. Estas actitudes han llevado a la sociedad a rendir culto al bienestar individual, a dejar de lado el bien general y, también, a prestar mayor atención a lo inmediato y momentáneo, despreocupándose de cuestiones como el ahorro, la previsión, los compromisos matrimoniales y familiares a futuro, etc. Todo se reduce a la búsqueda de un bienestar inmediato, momentáneo y basado en lo sensorial y material. En palabras de Lipovetsky: “El consumo-mundo avanza como un destino ineludible [donde] el bienestar es Dios, el consumo su templo y el cuerpo su libro sagrado”.2

Toda esta progresión de etapas y eventos nos lleva a pensar indefectiblemente en el fin de la historia. Priora presenta este tema de forma completa desde los puntos de vista filosóficos y escatológicos. Desde la filosofía, hay cierto consenso en la inevitabilidad del fin de la historia, tanto por la progresión de la misma humanidad como por la lectura de las leyes naturales. Hay varios indicadores que la escatología secular toma como pruebas de un fin cercano de la historia: el mal uso de la energía atómica y un posible holocausto nuclear, la revolución de la inteligencia artificial, la posible destrucción por parte de invasores alienígenas, la destrucción de nuestro ecosistema, violencia, guerras, narcotráfico, terrorismo, entre otras.

Ya se han dejado atrás las proyecciones optimistas del iluminismo y la modernidad. En la actualidad, se entiende que ninguno de los proyectos de progreso planteados a lo largo de la historia ha tenido éxito. El Renacimiento, la Reforma, la Revolución francesa, el socialismo, el anarquismo, el comunismo y el cristianismo (como método de gobierno), todos han fracasado.

Con este panorama, la escatología bíblica toma una relevancia especial porque no se centra solamente en proyecciones o soluciones inmanentes, sino que presenta un desenlace trascendental a la historia de la humanidad. La escatología bíblica plantea una concepción lineal y progresiva de la historia humana con un final que excede y complementa al mismo tiempo a la humanidad misma. Es el profeta Daniel quien, en su relato de la visión de Nabucodonosor, en el capítulo 2 de su libro, plantea una serie de reinos humanos que se sucederían unos a otros. Ninguno podría retomar su poder ni recuperar su gloria pasada. Todos ellos encontrarían su fin en la instauración del reino eterno de Dios representado por la roca cortada no por mano que destruiría, finalmente, todos los reinos representados en la estatua. Es por esto que, a pesar de las circunstancias, encontramos en la escatología bíblica una visión optimista del fin, no por una solución terrenal e inmanente, sino por una solución definitiva y trascendental de todos los problemas de la historia de la humanidad representada en el reino definitivo instaurado por Dios mismo.

Priora concluye asegurando que, al “leer” la progresión de la historia, el fin de esta ya no es una contingencia, sino una necesidad para dar lugar a la solución trascendente propuesta por Dios. Esto se hace evidente a la luz de la incapacidad del hombre para aportar soluciones duraderas. El fin de nuestro mundo actual es inevitable, pero no lo es el fin de la humanidad, el hombre puede salvarse al hacer un uso correcto de su libre albedrío.

Quizás uno de los mayores aportes del autor sea enfatizar que no debemos esperar el fin de los tiempos de una manera pasiva. Es necesario compartir una visión optimista del futuro basada en la proyección profética escatológica. Hay mucho para hacer mientras se desarrollan los eventos finales, nuestra comunidad y nuestro planeta nos necesitan involucrados de forma activa.

Todos los intentos del hombre por buscar soluciones a sus problemas han fracasado, ¿será el nuevo orden mundial la excepción? En su libro, Priora nos invita a pensar en esto, lo cual, creemos, es de vital importancia para todo aquel que quiera comprender la progresión y el destino trascendente de la historia de la humanidad.

Referencias

1 Francis Fukuyama, “El fin de la historia”, Doxa 1, n.° 1 (otoño 1990): 3.

2 Gilles Lipovetsky, La felicidad paradójica: ensayo sobre la sociedad del hiperconsumo (Barcelona: Anagrama, 2007), 133, 145, 146.

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